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A propósito de JFK

Fidel Araña, periodista
Fidel Araña, periodista

No sé si fue él o si fue su negro, pero el negro contenido de la tinta plasmada en sus discursos aún sigue vigente. Tal vez fuera esa vigencia el propósito último con el que él, o su negro, plasmaron la realidad de aquella sociedad sumida en la guerra fría y el despertar bélico de Hollywood. En cualquier caso, en la memoria de JFK está todavía nuestra realidad presente. Y nuestro propósito de enmienda.

Al respecto confieso que no me interesa si John Fitzgerald Kennedy, asesinado de un balazo certero en el cráneo, fue o no un mujeriego, si midió o no las piernas, las caderas, las cinturas y el pecho de la erótica Marilyn Monroe.

Confieso que no me interesa tampoco si mantenía o no relaciones extramaritales con los brazos ejecutores de la mafia corporativa que entonces conquistaba el corazón de la sociedad norteamericana; que no me interesa si obedeció o se enfrentó a los oropeles que defendían intereses geoestratégicos en Asia y Sudamérica en un momento de enorme ebullición económica mundial, y cuando las colonias empezaban a despertar.

Confieso que del trigesimoquinto presidente de EEUU me interesan sólo sus ideas políticas. Y no todas. Me interesan sobre todo aquellas sentencias que aún siguen vigentes, como las que pronunció el 20 de enero de 1961, en su discurso inaugural, cuando apuntó que “El mundo es muy distinto ahora. Porque el hombre tiene en sus manos poder para abolir toda forma de pobreza y para suprimir toda forma de vida humana. Y, sin embargo, …”.

En aquel discurso, hace ya 52 años, JFK admitió que “los instrumentos de guerra han sobrepasado, con mucho, a los instrumentos de paz”. Y pidió que se empezara “de nuevo la búsqueda de la paz, antes de que las negras fuerzas de la destrucción desencadenadas por la ciencia suman a la humanidad entera en su propia destrucción, deliberada o accidental”, afirmó.

Apuntaba que “la civilidad no es indicio de debilidad, y que la sinceridad puede siempre ponerse a prueba. No negociemos nunca por temor, pero no tengamos nunca temor a negociar”.

En sus palabras, dirigidas directamente al pueblo norteamericano pero también subliminalmente al entonces poderoso Kremlin, pedía unión para “crear un nuevo empeño, no un nuevo equilibrio de poder, sino un nuevo mundo bajo el imperio de la ley, en el que los fuertes sean justos, los débiles se sientan seguros y se preserve la paz”.

Y pidió combatir “contra los enemigos comunes del hombre: la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra misma”, al tiempo que se preguntaba si se podría “forjar contra estos enemigos una alianza grande y global al norte y al sur, al este y al oeste que pueda garantizar una vida fructífera a toda la humanidad”.

El 11 de junio de 1963, cuando su país se enfrentaba a una grave crisis racial que prendía en Alabama, volcó el siguiente jarro helado: “Las llamas de la frustración y la discordia arden en cada ciudad, al norte y al sur, donde los remedios jurídicos no se encuentran a mano. La reparación se busca en las calles, en las manifestaciones, en los desfiles, y en las protestas que crean tensiones y amenazan con la violencia, a amenazan la vida. Nos enfrentamos, por lo tanto, a una crisis moral como país y como pueblo”, dijo. ¿Premonición o visión de futuro?.

Confieso que es este dictado de su análisis, o el de su posible negro escribiente, el que me genera verdadera incertidumbre, porque su mensaje sigue estando vigente y muy presente. Por eso, como uno más de los descendientes de aquella generación que ya entró o a punto está de entrar en el cincuentenario de lo vivido, me obligo a recordarme que yo también soy responsable del porvenir, de preguntarme y cuestionarme qué puedo hacer y “qué podemos hacer juntos por la libertad del hombre”, como señaló JFK.

Ahora no me pregunto si su asesinato se debió a una crisis de valores; si posiblemente se debió a que se convirtió en un peligroso valor que se enfrentó valerosamente contra la nebulosa sombra de un gobierno evaluado y devaluado… No, no me lo pregunto. Ese es un planteamiento que también está de actualidad,.

Ahora, en la distancia del tiempo, simplemente me interrogo sobre su propósito de enmienda global, sobre el mandamiento que políticamente lo llevó a vivir y pensar según los renglones del profeta hebreo Isaías, al que el católico JFK tenía como mito-guía de cabecera: “Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y Él tendrá piedad”.

Fidel Araña, periodista

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