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Sobre la tiranía (detalle de la cubierta)

Antonio Morales Méndez: “Sobre la tiranía”

He escrito en los últimos tiempos distintos artículos expresando mi preocupación por el auge –el aumento significativo- de los populismos y los nacionalismos excluyentes, racistas y xenófobos. Se extienden como una plaga, dominan el escenario político en países como Rusia, Polonia y Turquía y en otros lugares como Francia, Austria, Reino Unido, Países Bajos o Suecia o recientemente Alemania, juegan un papel determinante y tienen una presencia activa en la mayoría de los parlamentos. Y no digamos de cómo ha calado en las entrañas del imperio norteamericano. Decenas de millones de estadounidenses han elegido y apoyan a un presidente que está alimentando en su país y en el mundo lo peor del supremacismo y la xenofobia. Se ha convertido en el nuevo referente de los neonazis yanquis y del Ku Klux Klan. Paul Auster lo acaba de describir a la perfección en una entrevista reciente: “Trump es una fuerza maligna, no solo para América, sino para el mundo entero. Sigo sin comprender cómo 60 millones de personas lo votaron.”

No se me quita de la cabeza y pensando en ello cayó en mis manos un libro sencillo, de lectura muy fácil, pero especialmente lúcido, certero e instructivo: “Sobre la tiranía. Veinte lecciones que aprender del siglo XX ”. Está editado por Galaxia Gutenberg y escrito por Timothy Snyder, catedrático de Historia de Yale y miembro del Instituto de Ciencias Humanas de Viena. Es autor de diversas publicaciones y colaboró con Tony Judt en el extraordinario ensayo “Pensar el siglo XX.”

El autor, de manera sencilla, nos regala una primera cartilla para entender los problemas de la democracia en la actualidad y defenderla con determinación. En apenas 150 páginas desgrana veinte lecciones aparentemente, solo aparentemente, obvias. Deja muy claro – voy a hacer uso casi todo el tiempo de la literalidad- que la democracia fracasó en Europa en las décadas de 1920, 1930 y 1940, y hoy en día está fracasando no solo en gran parte de Europa sino en muchos otros lugares del mundo y nos advierte que esa historia y esa experiencia son las que nos revelan el sombrío aspecto de nuestros posibles futuros. Y señala que es preciso combatirlo desde el patriotismo que debe hacernos exigir que nuestro país esté a la altura de nuestros ideales, que seamos la mejor versión de nosotros mismos, que nos preocupemos por lo que está pasando a nuestro alrededor, que defendamos valores universales… Afirma que la historia europea del siglo XX – que vio quebrarse sus expectativas de progreso, puestas en entredicho por nuevas visiones de la política de masas en las que el líder o un partido afirmaban representar directamente a la voluntad del pueblo-, nos enseña que las sociedades pueden quebrarse, las democracias pueden caer, la ética puede venirse abajo, y un hombre cualquiera puede acabar plantado al lado de una fosa de la muerte con una pistola en la mano.

Snyder nos advierte de que no obedezcamos por anticipado. Tras las elecciones de 1932 en Alemania ganadas por los nazis, las de Checoslovaquia en 1946 ganadas por los comunistas, la anexión de Austria por Hitler, la invasión de Alemania a la Unión Soviética, la adaptación instintiva, sin reflexionar, a una nueva situación, obedeciendo y actuando anticipadamente a los postulados emergentes, se hizo patente. El profesor Stanley Migran demostró lo dispuesto que está el ser humano en muchas ocasiones a hacer daño o a matar a otros en aras de algún nuevo cometido si así se lo ordena una nueva autoridad. Por eso manifiesta que tenemos que defender las instituciones en las que creemos, las que nos ayudan a conservar la decencia, porque es un error presuponer que los gobernantes que han accedido al poder a través de las instituciones no pueden modificarlas ni destruirlas, aunque eso sea exactamente lo que han anunciado hacer. Y eso nos debe obligar a participar siempre. A votar siempre. A considerar la posibilidad de ser candidato. A no renunciar a defender la democracia, porque las mínimas decisiones que tomamos son en sí una especie de voto y hacen más o menos probable que se celebren elecciones libres y justas en el futuro. Y se pregunta si al echar la vista atrás ¿acabaremos viendo las elecciones de 2016, en EEUU, de forma muy parecida a como los rusos ven las elecciones de 1990, o los checos las elecciones de 1946, o los alemanes las elecciones de 1932?

El autor intenta llegar a todos los sectores con sus advertencias premonitorias. Insisto en que las estoy resumiendo casi al pie de la letra, para evitarme llenar el texto de comillas. Se dirige a los profesionales a los que indica que la ética debe guiar sus pasos precisamente cuando nos dicen que la situación es excepcional. Que no pueden “limitarse a recibir órdenes” ni confundirlas con las emociones del momento porque pueden terminar haciendo y diciendo cosas que anteriormente tal vez les habría parecido inimaginables. Y se refiere especialmente a los que portan armas porque los males del pasado tuvieron mucho que ver con que los policías y los soldados acabaron, un buen día, haciendo cosas inadmisibles: nos recuerda que en todas las matanzas a tiros y a gran escala en el Holocausto (el asesinato de más de treinta mil judíos a las afueras de Kiev, de más de veintiocho mil a las afueras de Riga, etcétera, etcétera) participó la policía regular de Alemania. En total, dice, los policía regulares asesinaron a más judíos que los Einsatzgruppen. Sin los conformistas, las grandes atrocidades habrían sido imposibles. Es preciso entonces desmarcarse del resto porque alguien tiene que hacerlo, porque lo fácil es hacer lo que todo el mundo. Puede resultar incómodo pero sin esa incomodidad no hay libertad.

El autor nos pone los pelos de punta cuando nos llama a desconfiar de las fuerzas paramilitares. Nos dice que se utilizan para degradar un orden político y después transformarlo y compara a las tropas de asalto nazis, que empezaron siendo un destacamento de seguridad que expulsaba de los auditorios a los opositores de Hitler, con los destacamentos de seguridad privada que utilizó Trump en la campaña electoral para controlar y echar a los que manifestaban opiniones distintas al candidato.

Resulta muy ilustrativo cuando nos conmina a que tratemos bien nuestra lengua. Que evitemos las frases que utiliza todo el mundo. Que inventemos nuestra forma de hablar, aunque solo sea para expresar eso que creemos que está diciendo todo el mundo. Que hagamos un esfuerzo por distanciarnos de internet, porque una parte de lo que está ahí es para perjudicarnos. Que leamos libros. Que ya hace más de cincuenta años los textos clásicos sobre el totalitarismo nos prevenían contra la hegemonía de las pantallas, contra la eliminación de los libros, el empobrecimiento del vocabulario y las dificultades para pensar que eso conlleva. Y, por supuesto, que debemos preocuparnos por saber lo que es verdad y lo que es mentira.

Nos anima a creer en la verdad, porque renunciar a los hechos es renunciar a la libertad. Si nada es verdad, todo es espectáculo. La billetera más grande paga las luces más deslumbrantes. Afirma que nos sometemos a la tiranía cuando renunciamos a la diferencia entre lo que queremos oír y lo que somos realmente. Habla de que la posverdad es el fascismo, de que la verdad muere de cuatro maneras: por la hostilidad declarada a la realidad verificable, asumiendo invenciones y mentiras como hechos; por el encanto chamánico del estilo fascista de la “repetición constante” diseñada para hacer plausible lo ficticio y deseable lo criminal; por la aceptación descarada de las contradicciones en los mensajes; por depositar ciegamente la fe en quien no se lo merece. Y dice que ahora resulta que estamos muy preocupados por algo que denominamos “posverdad”, y tendemos a creer que su desprecio por los hechos cotidianos y su construcción de realidades alternativas es algo nuevo o posmoderno, pero los fascistas despreciaban las pequeñas verdades de la experiencia cotidiana, adoraban todas las consignas que resonaran como una nueva religión y preferían los mitos creativos antes que la historia o el periodismo. Y escribe con contundencia que ahora, igual que entonces, mucha gente ha confundido la fe en un líder con enormes defectos con la verdad sobre el mundo en que vivimos todos.

Insiste en decirnos que tenemos que comprender las cosas por nosotros mismo. Es curioso, hay muchas personas que me dicen que mis artículos son largos, pero Snyder nos pide que dediquemos más tiempo a los artículos largos. Que ayudemos al periodismo de investigación. Que asumamos la responsabilidad de la información que intercambiemos con los demás. Que lo que nos hace individuos es nuestra capacidad de discernir los hechos, que un individuo que investiga es un ciudadano que construye. Y anima expresamente a que intentemos escribir un artículo de verdad por nuestros propios medios, que implique trabajar en el mundo real: viajar, mantener relaciones con la fuente, investigar en los archivos escritos, verificar cada cosa, redactar y revisar los borradores, todo ello en un plazo ajustado e improrrogable. Y si descubrimos que nos gusta hacerlo, que montemos un blog. Nos alienta a mirar los ojos a los demás, a ser miembros responsables de la sociedad, a salir a la calle, porque el poder quiere que nuestro cuerpo se ablande en un sillón y que nuestras emociones se disipen en la pantalla. Que ayudemos a construir sociedad civil y que nos sumemos a participar en organizaciones no gubernamentales, porque durante todo el siglo XX, al igual que los autoritarios de hoy, todos los grandes enemigos de la libertad fueron hostiles a las onegés. Que tengamos muchísimo cuidado con las redes y con su capacidad de manipulación y control porque los gobernantes más canallas utilizan lo que saben de cada persona para manipularla.

Y termina diciéndonos que tenemos que ser todo lo valiente que podamos. Que prestemos atención a las palabras peligrosas que son utilizadas muchas veces para afirmar la tiranía. Que tenemos que ponernos en guardia cuando nos hablan de sacrificar la libertad por la seguridad, cuando los recortes de derechos se amparan en lo excepcional para convertirse en una emergencia permanente y que tengamos muchísimo cuidado con permitir que un momento de conmoción haga posible una eternidad de sumisión (el incendio del Reichstag fue el momento en el que el Gobierno de Hitler se convirtió en el régimen nazi. Es el arquetipo de la gestión del terror). ¡Ojo, por tanto a lo que está pasando estos días en España! De verdad, una joyita este texto. No hacen falta mil páginas para decir tanto.

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Source: Antonio Morales Méndez, presidente del Cabildo de Gran Canaria
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