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Xavier Aparici, en la finca de El Viso (Telde)

¿Cómo está el mundo?

(A partir del artículo de El País “Las paradojas del progreso: datos para el optimismo”.)

El tránsito de un año a otro es una ocasión propicia para que en los medios de comunicación aparezcan recuentos, balances, proyecciones y propuestas de todo tipo. El sentir generalizado en cuanto a que, en el año 2016, las cosas han ido, si no claramente a peor, sí incrementándose en incertidumbres y riesgos, han traído a la actualidad valoraciones más amplias y de mayor calado que de costumbre: distintas informaciones sobre las tendencias en materia de progreso acontecidas en los últimos 15, 30 o más años, se han combinado con varias publicaciones elaboradas por representantes de la intelectualidad y las ciencias sociales sobre la consistencia, o no, de esas mejoras.

Ardua tarea la de diagnosticar a un paciente tan masivo y complejo como es el mundo. El riesgo de confundir “la parte con el todo” o de elevar a “deber ser” lo que, simplemente, “se da” es muy alto, lo que llevaría a conclusiones indebidas o prejuiciosas. Con todo, no parece que a muchos los pensadores y periodistas publicitados les haya intimidado el reto, pues, aportando múltiples datos estadísticos, se han atrevido a afirmar que el mundo está bien, que nunca ha estado mejor. Y que mucha de la gente que cree lo contrario -como, por ejemplo, el 81% de los votantes de Donald Trump-, es por mero reaccionarismo, porque se oponen a los cambios.

Parece contrastado que la mejoría con respecto al pasado es notabilísima. En palabras del científico cognitivo Steven Pinker: “La gente a lo largo y ancho del mundo es más rica, goza de mayor salud, es más libre, tiene mayor educación, es más pacífica y goza de mayor igualdad que nunca antes”. En la misma línea, el filósofo Michel Serres confirma, de acuerdo con las cifras oficiales de la OMS, que “la causa menos frecuente de muerte en la actualidad es “Guerras, Violencia y Terrorismo”. Muere infinitamente más gente a causa el tabaco y de accidentes de coche”. Y el historiador Johan Norberg completa esta visión optimista concluyendo que, gracias al capitalismo, “El mundo está mejorando rápidamente. De hecho, nunca antes el mundo mejoró así de rápido. (…) cada minuto (…), cien personas salen de la pobreza”.

Es cierto que, desde los años 60, los adultos disfrutan de vidas notablemente más largas y que la mortalidad infantil se ha reducido en un 75%; que, desde los 80, la riqueza ha crecido mucho y la pobreza extrema ha menguado un 25%; que el analfabetismo ha menguado del 44 al 15% de la población y la discriminación educativa entre los géneros ha tendido a eliminarse; y que, también, se han reducido, porcentualmente, las guerras y la violencia: según el investigador Yuval Harari, mientras que en el pasado se calcula que un 15% de las muertes a nivel mundial lo eran por causa violenta, en el siglo XX supusieron el 5% de la mortalidad y, actualmente, sólo un 1%.

No obstante, hay algo profundamente inmoral en reducir a proporciones y periodos la incidencia de las injusticias, violaciones y agravios que padecemos los seres humanos. Pues ¿a quién conforta que desde la 2ª Guerra Mundial, las cifras de muertos por guerras hayan sido mucho más bajas, si ello supone que hayan muerto muchas más personas que entonces? ¿Cuántos seres humanos representan, a día de hoy, los tantos por ciento de empobrecimiento, marginación, desamparo y maltrato?

Habiendo recursos de sobra y conciencia moral clara, la verdadera cuestión no es si el mundo es más o menos horripilante que antaño, es si, por fin, es un buen lugar para vivir, humanitariamente, con dignidad ¿Eso es ser reaccionario?

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Source: Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social
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