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Demasiado grandes, demasiado voraces

Las actuales empresas multinacionales son más poderosas que en ningún tiempo. A través de fusiones y adquisiciones, están concentrándose y creciendo como nunca antes, conformando auténticos oligopolios de alcance global. Y se están enriqueciendo como nunca había ocurrido, pues el 10% de las entidades que cotizan en bolsa obtienen el 80% de los beneficios mundiales. La Globalización neoliberal está llevando las incongruencias del capitalismo a su máximo nivel. Del “dejar hacer, dejar pasar” a las motivaciones económicas de los que se mueven por intereses lucrativos y egoístas, porque la concurrencia de la oferta y la demanda se equilibra en los mercados libres, ya no queda nada.

Los capitalistas justifican la libre competencia en que así se consigue la más correcta asignación de los precios en las transacciones; la privatización de los medios de producción, porque asegura la mayor eficiencia en la obtención de mercancías; y el acaparamiento de los beneficios, como el legítimo premio ante los riesgos de quebranto que se asumen durante el proceso. Pura propaganda, descarada hipocresía.

Todo ello sería así, siempre que, poniendo coto a las pretensiones más características de quienes se mueven con el único afán de enriquecerse, no se condicionara la competencia ni se coaccionara a la demanda. En la actualidad, la metafórica “mano invisible” que se pretendía que aseguraba el progreso y el bien general aunque los mercaderes no lo procuraran, se ha transformado en un puño sobre las cabezas de quienes no prevalecen. Ya que, en los últimos treinta años, los beneficios de los más ricos han crecido de los 2 billones de dólares a los 9,8 billones. Y, hoy, el 1% de la humanidad tiene tanta riqueza como el 99% restante. Eso solo se puede conseguir con la concentración de intereses en muy pocas manos. Y cuanto más tamaño se consigue, más se restringe la competencia y más capacidad se tiene para presionar a favor de las propias haciendas.

Esa es una causa directa y principal del desprestigio actual de las instituciones políticas. Pues los países más poderosos del mundo, teniendo órganos estatales encargados de impedir que existan posiciones de dominio en su mercado nacional, han incumplido sus responsabilidades de forma palmaria, al permitir que en los principales sectores económicos -como el financiero, el energético o las telecomunicaciones- se hayan producido enormes concentraciones oligopólicas.

Los peligros de colapso generalizado son múltiples. Específicamente, en el sector de la banca la condición de ser “demasiado grande para caer” ha aumentado exponencialmente. A despecho de que en el estallido de la gran crisis, las élites políticas occidentales justificaron su “rescate” en el riesgo de que la quiebra de entidades de tal envergadura pudiera arrastrar a todo el sistema económico. Y de que se comprometieran a fraccionar su tamaño. Desde entonces, en EE UU las fusiones se han incrementado hasta conformar cinco megabancos donde se concentran el 45% de los activos bancarios de la superpotencia.

Y en España, aplicada alumna de las directrices neoliberales, la banca “nacional” ha llevado a cabo la misma estrategia: las 52 entidades que existían en 2009 se han reagrupado en 13. Eso sí, con el decidido aliento y beneplácito del Banco de España y de las instituciones de la Unión Europea. Cada vez, mayor poder de acaparamiento para las empresas, que son las que venden y menor capacidad de ingreso para la ciudadanía, que es la que compra. Decididamente, a los zorros que controlan el gallinero se les ha ido la chaveta.

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Source: Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social
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