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¿Doctrina Social de la Iglesia y Papa Francisco Marxista?

Y frente a una de las expresiones más características del liberalismo/capitalismo, la absoluta libertad de la propiedad privada sin ningún control ni distribución justa, nos enseña el Vaticano II (GS 69) que el destino universal de los bienes está por encima de la propiedad privada, que es para todos y tiene un carácter social. Por eso, como ya enseñaba Tomás de Aquino, el Vaticano II (GS 69) afirma que en caso de necesidad los bienes son comunes, y no es hurto que el pobre se apropie para sí los bienes que no son estrictamente necesarios a los otros. Está claro que esta distribución de los bienes se debería hacer de forma ordenada y jurídica, con las instituciones del estado, mediante por ejemplo un salario justo, una renta o sistema fiscal equitativo, etc. Pero cuando esto no sucede y peligra la subsistencia (la vida y dignidad) de la persona: esta apropiación de lo ajeno no es robo. El mercado tiene que ser así controlado, regulado por el estado y, en especial, por la sociedad civil en la búsqueda de ese bien común y la justicia social, como nos enseñaban Pablo VI (PP 33) y Juan Pablo II (CA 35 y 48). En esta línea el Catecismo de la iglesia nos decía que la economía y el mercado se deben situar en el marco moral del bien común, la solidaridad y la justicia social con los pobres (n. 2425). Tal como expresa otro principio básico de la DSI, la subsidiariedad, valor esencial para una verdadera democracia.

El destino universal de los bienes tiene, pues, la prioridad sobre la propiedad privada, que tiene un destino común y grava sobre ella una regulación de carácter social, como nos sigue enseñando Juan Pablo II (LE 14). De ahí que una clave esencial de la cuestión social y de la DSI, tal como ya indicamos, es el trabajo y un salario digno, justo para las personas y sus familias (LE 19). Ya que el trabajo, la realización y dignidad del trabajador tiene la prioridad sobre el capital (beneficio, medios de producción…, LE 13). Estos medios o la empresa debe ser socializada, todos los trabajadores deben ser protagonistas, participes y co-propietarios de la misma (LE 14-15). La economía financiera, sin control ni regulación, especulativa y usurera es inmoral, con sus créditos e intereses que son abusivos, usureros, nada éticos…; lo cual, todo ello, nos ha metido en esta actual e inmoral crisis. Hay que establecer unos créditos morales y justos, unas empresas y finanzas-banca ética, una economía real que promueva el trabajo, el empleo y el desarrollo integral, como nos mostró Juan Pablo II (CA 43), el reciente Compendio de DSI (369-72) y continuaría enseñando Benedicto XVI (CIV 65). En este sentido, Benedicto XVI enseña que “tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa” (Aparecida, 4) En su últimoMensaje de la Paz de 2.103, Benedicto XVI denunciaba el descontrol del capitalismo, hoy sobre todo financiero, que causa “alarma con los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista” (n. 1) Y clamaba el Papa por “un nuevo modelo económico, ya que el que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad” (n. 5).

Como se observa, la DSI nos enseña que el mercado y la economía, la propiedad y el trabajo deben ser reguladas por la ética, por el bien común y la justicia social-global con los pobres de la tierra, por el estado y la sociedad civil, en ese principio básico, ya dicho, como es la subsidiariedad. Y aquí está la clave donde la DSI niega también, como hemos visto, al marxismo comunista-colectivista o colectivismo. Ya que la gestión y regulación de la vida económica no solo la hace el estado o el partido gobernante, sino la sociedad civil. El mercado, la propiedad y el trabajo se deben socializar, esto es, gestionar y usarse por parte de la sociedad civil, de los ciudadano/as y pueblos, de la gente; lo que es totalmente contrario a una estatalización, el ídolo del estado-partido, como impone el colectivismo que niega la libertad y la participación (vida) democrática. En realidad, la modernidad burguesa que es propia tanto del capitalismo como del colectivismo (que en realidad, como se observa, es un capitalismo estado): se opone a la dignidad, centralidad y protagonismo de las personas y de los pueblos; ya que ambos están imbuidos del mismo materialismo economicista (economicismo), del afán de poder y dominación. Tal como lo ha puesto de relieve la DSI. Así nos lo enseña también el Papa Francisco: “El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural. Al Estado compete el cuidado y la promoción del bien común de la sociedad. Sobre la base de los principios de subsidiariedad y solidaridad, y con un gran esfuerzo de diálogo político y creación de consensos, desempeña un papel fundamental, que no puede ser delegado, en la búsqueda del desarrollo integral de todos” (EG 239-40).

Agustín Ortega Cabrera
Doctor por el Departamento de Psicología y Sociología de la ULPGC

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