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Opinión: “El matrimonio igualitario, diez años después”

José Antonio Godoy y Pedro Zerolo
José Antonio Godoy y Pedro Zerolo

Hace tan sólo unos días los medios de comunicación internacionales nos sorprendían con la grata noticia de que Nueva York había sido agraciada por el solsticio de verano con la declaración de monumento histórico del mítico pub Stonewall de ambiente gay. En este lugar se produjo una redada policial de homosexuales, en la madrugada del 28 de junio de 1969, que provocó una viva protesta social. Hecho y fecha, con el paso del tiempo, se han tomado como referente de la lucha por los derechos LGTB y se visibilizan cada año con la celebración del Día del Orgullo LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales).

Cuarenta y seis años después de aquellos acontecimientos, el movimiento LGTB neoyorkino ha logrado que el mismo sistema que atentó contra las personas que frecuentaban el Stonewall, hoy eleve el lugar a la categoría de monumento y, por inclusión, a las personas que sufrieron los atropellos. ¡Quién dijera que un acto de violencia desencadenaría un movimiento pacifista y reivindicativo de derechos por la igualdad y visibilidad LGTB!…Un movimiento que continúa luchando contra leyes y gobiernos homófobos, en países donde todavía sancionan la homosexualidad con acciones represivas que van desde la cárcel hasta la pena de muerte, o contra las actitudes socialmente vejatorias que aún perviven en lugares cuya legislación ha despenalizado la condición LGTB y se tildan a sí mismos de permisivos y tolerantes.

Evidentemente el camino hacia la normalización social y el respeto por la diversidad sexual- que es el caso que nos ocupa- conlleva la aceptación de que en la realidad actual que es rica, plural y diversa, la heterosexualidad no es el único patrón de conducta sexual, ni siquiera (gracias a los avances científicos) en lo que a la reproducción biológica, supervivencia y perpetuación de la especie humana se refiere. De la misma manera, con respecto a otras diversidades, han ido decayendo estándares sociales como la zurdera en un mundo hecho para diestros, la preponderancia de la raza blanca sobre otras razas, la primacía del varón sobre la mujer, el acceso a los estudios superiores únicamente para las clases pudientes, o el fenómeno político -agudizado recientemente en España- donde la lista más votada siempre es la que ostenta el poder, entre otros muchos ejemplos. Así es el siglo XXI.

Este amanecer mediático y mundial- por neoyorkino-, no lo fue menos para España hace ahora diez años, el día que el Congreso de los Diputados, con la oposición del Partido Popular, votaba mayoritariamente a favor de un “matrimonio igualitario”, abanderado por el Partido Socialista Obrero Español, por José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno y por un icono del activismo LGTB nacional (con un ejército de activistas tras él) como fue el hoy ausente Pedro Zerolo. La Ley 13/2005, de 1 de julio, por la que se modificaba el Código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio entre personas del mismo sexo, publicada en el BOE de 2 de julio, entraría en vigor al día siguiente, equiparando en derechos y obligaciones los matrimonios homosexuales y, por ende, reconociendo la maternidad y paternidad ajustadas a leyes, bien fuera por adopción o métodos de reproducción asistida y, por supuesto, las prestaciones sociales previstas para los matrimonios heterosexuales.

Con la entrada en vigor de la Ley del Matrimonio Igualitario, España se convertía en el cuarto país del mundo en permitir los enlaces matrimoniales entre personas del mismo sexo, después de Bélgica, Holanda y Canadá.

No sería esta la primera vez que en España el colectivo LGTB se acostaba conceptual, real y socialmente indefenso y minusvalorado para amanecer- nunca mejor dicho- “de un plumazo”, con la equiparación de derechos de ciudadanía a sus pies. Fue así como en julio de 1954 los homosexuales españoles se acostaban bajo la condición de vagos y maleantes, para amanecer rehabilitados- a medias- el día de los Santos Inocentes de 1978, porque no se sostenía que habiéndose acostado este país al completo con la condición de súbditos el 5 de diciembre de 1976, amaneciéramos todos siendo ciudadanos de pleno derecho como si hubiéramos experimentado una metamorfosis kafkiana por obra y gracia de la Constitución Española. Habían pasado treinta y cinco años y la doble discriminación era evidente, aún así, hasta 1986 la homosexualidad no dejó de ser un delito contra el honor en el ejército español.

Esta lucha por la consecución de la igualdad, de los derechos civiles y de la justicia social, aún no ha concluido; seguimos necesitando de amaneceres, utopías y personas que confluyamos en el sendero del respeto a la condición humana, incluida la sexual. Ojalá haya muchos casos como el de Cantillana (Andalucía), cuyo Callejón de los Besos Robados nos recuerda aquel 6 de julio de 1963, cuando miles de personas coparon las calles estadounidenses, con los besos como única herramienta pública en defensa de los derechos del colectivo LGTB o su centro de interpretación dedicado a Ocaña (el artista homosexual emigrado a Cataluña) que hizo de las Ramblas de Barcelona un espacio de reivindicación mediante acciones transgresoras que traían de cabeza al régimen franquista.

Amaneceres y utopías ante esas voces que ahora critican el que en los centros oficiales se icen banderas arcoíris por el Día Internacional del Orgullo LGTB cuando nunca les oímos criticar el ondear de banderas y cantos asociados a tiempos dictatoriales durante treinta y seis años de franquismo, los unos, o el intento de apoderarse- por emergentes- de un discurso y activismo histórico, los otros. Amaneceres, utopías, generosidad y altura de miras institucional para reconocer- también desde lo local- la labor que en torno al turismo y al Orgullo LGTB de Maspalomas, desarrolló nuestro querido Darío Jaén en San Bartolomé de Tirajana.

La aprobación de la Ley y posterior consolidación del matrimonio igualitario no sólo reafirmó la posibilidad de la maternidad y paternidad de personas LGTB sino que vino a reconocer nuevos modelos de familia, de cotización a las arcas del estado, de guarda y custodia y de patria potestad, en caso de divorcio habiendo hijos de por medio. Nada nuevo que no se conociera y que no sucediera también con los hijos de parejas heterosexuales, que son los miles de casos con los que me he tropezado y ocupado durante los años de ejercicio de la Pedagogía.

Pero no toda España es urbana, ni siquiera lo son Madrid o Barcelona, las grandes urbes que históricamente acogieron a tantas personas LGTB llegadas del entorno rural ante la imposibilidad de desarrollar allí un proyecto de vida por causa de su condición LGTB, y tampoco la promulgación y desarrollo de las leyes conlleva implícita y de inmediato, la aceptación social de las mismas, debido a numerosas causas, fundamentalmente al peso que la tradición y educación judeo-cristiana tiene en gran parte de nuestra sociedad. Es ahí donde considero que- diez años después- el activismo LGTB ha ganado la batalla, sumando a la causa personalidades que van desde las instaladas en el establishment, que son referentes en su entorno y que con sus acciones han ayudado a otras a ‘salir del armario’, hasta lograr que el matrimonio igualitario se haya instalando en el inconsciente colectivo – por usual- dando el salto cualitativo desde el asombro y rechazo a la aceptación; de la misma manera que antes lo fue el divorcio, o lo es el aborto (si el PP deja tranquilas a las mujeres). Lo demás pasará a los anales de la historia, si es que hay historia para entonces.

Las personas y el tiempo pasan pero el patrimonio queda, y de la misma manera que reivindico y valoro el arraigo de las acciones que la humanidad celebra y conmemora, en las que subyacen los derechos humanos, que es al fin y a la postre de lo que se trata, nos sumamos a los reconocimientos públicos y entrañables que la España multicolor le dedica a Pedro Zerolo, a quien reivindico y valora en este X Aniversario de la Ley del Matrimonio Igualitario, su Ley, nuestra Ley. Reconocimiento a Pedro por activista LGTB, por defensor de la igualdad desde la diversidad, por la defensa de una sociedad plural e inclusiva, por su valentía en la defensa del federalismo y del laicismo, por tantos amaneceres sustentados en la utopía… Concluyendo, como lo hiciera Sófocles en su Antígona, “Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor”. Probablemente y sin saberlo, el contenido y continente de las acciones de Pedro Zerolo estuvieran cargadas de afecto y, sobre todo, de eso que llamamos amor.

José Antonio Godoy, profesor y coordinador LGTB PSOE Regional

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