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Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social

Cambiar el mundo para los ancianos

Los avances en salubridad, nutrición y medicina desde el siglo XX y las décadas pasadas de bonanza económica han propiciado, en la actualidad, la emergencia de un fenómeno inexistente en la naturaleza e inusitado en nuestra especie: un aumento enorme de la esperanza de vida y de la proporción de personas ancianas en las sociedades. Nunca, como hoy, tantas personas habían llegado a la ancianidad y nunca antes, con tantos años a cuestas.

Las especies animales que pueblan La Tierra y que sobreviven reproduciéndose sexualmente limitan la pervivencia adulta de sus especímenes a poco más allá de la fase de capacidad fecundativa. En el mundo salvaje, donde, a menudo, cuesta comer y, a poco que te descuides, se te comen, no hay opciones para los viejos.

No obstante, esta norma tiene su excepción en los mamíferos, caracterizados por una gran inteligencia relativa. En estas especies, el conocimiento de las estrategias culturales de supervivencia tiene un gran valor. Y quien más vive es porque sabe más. En nuestro diseño humano, y desde nuestros ancestros homínidos, esto también ha sido así. Durante la fase inicial de supervivencia con la caza y la recolección y en la posterior y más sedentaria agrícola y ganadera, era en las personas ancianas donde se atesoraba y desde donde se transmitía el conocimiento.

Con las revoluciones industriales de los últimos siglos y la urbanización de los hábitats que espolearon, las cosas cambiaron sustancialmente: de manera extraordinaria, los conocimientos se institucionalizaron y se maquinizaron las técnicas, volviendo residuales los modelos de control y trasferencia de saberes basados en modos de desempeño rurales y de fabricación artesana, vinculados a la longevidad. Y, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, con la instauración en múltiples países occidentales de los Estados del Bienestar, y la universalización del pleno empleo y de la protección social “desde la cuna a la tumba” que aseguraron, llego la liberación laboral para la infancia y la ociosidad confortable para la vejez. Un primer efecto de esas “vacas gordas” fue el formidable aumento de la natalidad entre los años 1950 y 1964, la llamada generación del baby boom, formada por multitud de personas que, desde ahora y a lo largo de los próximos años, con una esperanza de vida enorme, pasarán a ser clase pasiva.

Siempre que dispongan de seguridad social y pensiones dignas y garantizadas, o modos alternativos de protección y cuidado, claro. Pues, como es notorio, desde los años 80 de la pasada centuria, con las políticas neoliberales empezaron las deslocalizaciones industriales, la transferencia de los recursos económicos estatales al sector privado, la pérdida del empleo asegurado y decente y los recortes, cada vez mayores, de las coberturas sociales.

Todo ello, unido a los cambios socioeconómicos en las familias, ha provocado una creciente merma en la tasa de natalidad en el primer mundo, que es el otro factor que nos sitúa en esta tan paradójica como riesgosa tesitura de que en nuestras “desarrolladas” sociedades cada vez hay más viejos y menos jóvenes. Un contrasentido natural y demográfico que, de seguir con el modelo político económico imperante, no augura nada bueno.

Si no queremos que, en adelante, se generalicen las situaciones miserables en la vejez, la etapa más dependiente de la existencia, los actuales deseos de mejoramiento colectivo van a tener que estar centrados, sobre todo, en las generaciones ancianas. Y las y los ancianos de hoy van a tener que ser quienes, principalmente, se involucren en la revolución hacia la solidaridad intergeneracional y la concordia mundial que se precisa. Con suerte, lo que vamos a ver es que, no solo los viejos rokeros, nunca mueren.

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Source: Xavier Aparici Gisbert
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