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Sin techo. Sin que pase nada

Vivir de cualquier manera en cualquier parte

En nuestra mediatizada cultura de comunicación multimedia, a menudo, la vida cotidiana que vivimos la mayoría de la gente queda invisibilizada por las “grandes noticias” y las distracciones, a tiempo completo. Sin embargo, nada más real que lo que vemos cada día en nuestro barrio y en nuestra ciudad; nada más relevante a tener en cuenta que los problemas y riesgos que han aparecido en nuestro entorno vecinal sin visos de desaparecer fácilmente.

En el acceso a vivienda, en la fundamental necesidad de encontrar refugio y acomodo apropiados, de un tiempo a esta parte estamos asistiendo a situaciones que hacía décadas ya se daban por superadas. La larga crisis, tras arrasar infinidad de empleos y coberturas sociales, ha azotado de tal modo las vidas de tantas personas que ha vuelto habituales varios modos precarios e indignos de tener un hogar: la ocupación de viviendas en desuso o sin concluir, el chabolismo, el uso para vivir de locales comerciales y la pernoctación en espacios públicos o en establecimientos mercantiles.

Y decirlo, no es lo mismo que verlo. Pasar casi todos los días por un edificio sin terminar e ir notando que, primero, una familia y, después, poco a poco, otras más, van tapando los huecos de las puertas y ventanas y van habitando unos inmuebles que no cuentan ni con electricidad, ni con agua corriente… como pasaba a principios del siglo XX.

Ver como en uno de los múltiples establecimientos comerciales cerrados -situado en un lateral de una pequeña plaza y muy próximo a la sede institucional de una Administración pública- distintas personas entran y salen, subiendo y bajando la desvencijada persiana metálica, en distintos momentos del día… como pasa en el “tercer mundo”.

Descubrir que en una parada de transporte interurbano, frente a la principal arteria de tránsito y poco antes de la desviación hacia un importante municipio, una mujer duerme sobre el banco y atesora sus trastos, a la vista de todo el mundo… sin que pase nada.

Percatarse de que cada vez más gente pernocta en los parques, en los cobertizos de las tiendas y en el interior de los espacios donde se encuentran los cajeros automáticos de las sucursales bancarias… ¿como si tal cosa?

¡Si hasta un número notable de personas malviven en las áreas de descanso de nuestro aeropuerto internacional!

No obstante, estas dramáticas imágenes de como se está degradando nuestra cotidianeidad, habitualmente, no suelen trasladarse a los medios de información y publicidad. Y, así, la plasmación de estas y otras vulneraciones de los Derechos Humanos, que obligaría a su atención y remedio, queda reducida a emisiones esporádicas. La primera injusticia que se comete con ello es la de la ocultación y el silencio ante un incumplimiento institucional. La segunda, el desvío del foco de crítica hacia los desgraciados protagonistas. Y, la mayor, es la de terminar naturalizando la falta de asistencia a los empobrecidos y la omisión del cuidado humanitario que nos dignifica comunitariamente.

Por eso es tan importante que en nuestro deambular cotidiano, cuando veamos a nuestros semejantes malvivir, no dejemos de mirar, de sentir y de pensar; que no lo olvidemos pronto y que no dejemos pasar lo que nos cuestiona como Estado de Derecho y como sociedad civilizada. Crece el “cuarto mundo” de los miserables en países ricos, vivir de cualquier manera en cualquier parte se está haciendo habitual. Lo estamos viendo.

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Source: Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social
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