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Beatriz Correas, portavoz de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria

Botellón: ¿Culpa de ellos o de todos?

Al llegar los carnavales siempre surge la polémica de los famosos botellones, donde nuestros “galletones” se agrupan en torno a su propio ventorrillo: los grandes vasos de plástico, el ron y el refresco, y su música.

Todos ponemos el grito en el cielo: esa juventud que se echa a perder, los vecinos enfadados porque les dejan un rastro de suciedad, la violencia que puede generar el consumo desorbitado de alcohol y drogas en periodos muy cortos de tiempo… En fin, un rechazo general y social hacia el botellón.

Y yo me pregunto, ¿por qué esa necesidad de hacer botellón? En situaciones así, pienso siempre en modo “técnico”. Ante una idea, analizo, planifico, diseño, proyecto y ejecuto. Y esta es la reflexión que quiero hacer hoy.

Si analizamos el rango de edades de los que participan en botellones, veremos que nos encontramos ante un sector social que suele ir de los 13 a los 17 años, es decir, nuestros adolescentes. Unos años llenos de cambios, inseguridades y con una necesidad de que se les quiera y de aceptación social. Son los grandes incomprendidos. Ya no son niños, ni niñas, pero tampoco son adultos. Y no solo no son niños, sino que se niegan a que se les considere como tales.

Y, ¿qué planificamos, diseñamos, proyectamos y ejecutamos para ellos? Desgraciadamente nada, o casi nada. Se organizan eventos que van dirigidos al público infantil o para adultos, pero nuestros adolescentes no se consideran niños, y, por lo tanto, no se sienten partícipes de dichos eventos. Si tienes un niño en casa y quieres organizarle una fiesta, siempre encontrarás un espacio dónde hacerla, y lo mismo ocurre con los adultos.

Desgraciadamente, a los adolescentes, fuera de su centro de estudio o de su actividad deportiva, no les queda ningún otro espacio dónde relacionarse, más allá de ir al cine, pasear por los centros comerciales, o quedar para comer en restaurantes de comida rápida, que es a lo que su presupuesto económico les llega.

Y ellos se quieren reunir, quieren sentirse mayores, necesitan su propio espacio, quieren ser aceptados como iguales, sentirse que pertenecen a un grupo y, lamentablemente, son muchas las veces en las que el famoso botellón es su única vía de reunión, su único espacio. Unos tienen suerte y solamente es una etapa más en su vida. Otros no la tienen y las adicciones, y la violencia que ellas generan, los marcarán para siempre.

Reflexionemos sobre el botellón, analicemos qué parte de culpa tenemos la propia sociedad sobre ello. Quizás nos demos cuenta de que estamos abandonando a nuestros adolescentes en una de las peores etapas de la vida, de mayor inseguridad, de no tener claro quiénes somos y qué queremos, y en la que hacia dónde vayamos y con quién nos juntemos nos puede marcar para siempre.

Hay que ofrecerles un espacio que cumpla con sus requisitos y aceptemos que ya no son niños, que son preadultos y que la sociedad cuenta con ellos. Si abrimos el abanico de posibilidades quizás se den cuenta que la diversión es posible sin el alcohol o las drogas, que hay sitio para ellos, para su música (aunque no nos guste), para su forma de vestir, para sus intereses. Démosles una oportunidad a nuestros adolescentes porque merecen un hueco en nuestra sociedad.

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Source: Beatriz Correas
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