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Jesús Rodríguez Calleja, historiador

El investigador Jesús Rodríguez Calleja revela el impacto de los esclavos en la población de Telde en el Siglo XVII

El historiador burgalés Jesús Rodríguez Calleja presenta en la Casa-Museo León y Castillo de Telde, el día 26 de junio, a las 19:00 horas (entrada libre hasta completar aforo) su nuevo libro titulado ‘La población en Telde en el Siglo XVII’, un trabajo que reproduce la tesis doctoral que firmó hace dos años en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y que ahora edita Canarias eBook.

La consulta de datos en profundidad es una suerte prolija y demanda, ante todo, constancia y esfuerzo. El historiador Jesús Rodríguez Calleja cuenta ya treinta años de miradas a archivos y anotaciones de lo que allí encuentra: conoce bien la naturaleza de una investigación que, en su caso, le ha llevado a completar un amplio informe sobre la población de una de las ciudades hoy más importantes de Canarias.

“Es un libro técnico, un trabajo en profundidad. Creo que tiene un valor. Y a partir de aquí se puede seguir estudiando”, afirma el autor, antes de entrar en materia, que no es poca: la consultada y recopilada en los registros sacramentales de la Iglesia de San Juan Bautista en Telde. El historiador empleó años en repasar la evolución de bautizos, matrimonios y defunciones en el arcano eclesiástico. Y encontró no pocos hechos dignos de mención: entre ellos, los criterios para elegir el apellido de los niños, la alta tasa de mortalidad infantil o el llamativo impacto de los esclavos que acabaron integrándose en la población teldense de forma paulatina.

“Cuando hablamos de Telde lo hacemos de una población muy diseminada, con 53 núcleos diferentes. Esto es, 3.500 o 4.000 personas”, precisa Rodríguez Calleja sobre la demografía de este territorio en el Siglo XVII. “En Telde habría unas mil personas, concebido como una sucesión de pequeños núcleos: San Juan, Jinámar, Tara… La gente vivía al lado de donde tenía sus fincas. Y después de Telde el núcleo más importante era Tenteniguada”, apunta.

Bautismos reveladores

El trabajo realizado fue minucioso, tal como explica el propio autor. “El proceso es el siguiente: se va al archivo, se cogen todas las partidas de bautismo. Esto tarda años. Pero podemos ver cómo evoluciona la natalidad, aunque no es exacto, porque no todos los que nacían se bautizaban, algunos morían antes”. Así, añade cómo se pudo obtener un dato numérico, y, con posterioridad, una evaluación: “Por cada 100 niñas nacían 105 niños, porque la naturaleza es sabia para equilibrar la población y los hombres mueren antes”, señala. “Descubro también si hay una planificación familiar, evaluando cuándo se conciben los hijos. Se evitaba, por ejemplo, que las mujeres dieran a luz en el momento en que tuvieran que trabajar más en el campo”.

En las actas de bautismo consultadas por el investigador figuran los nombres de los padres, padrinos o madrinas. En muchos casos Rodríguez Calleja descubre por qué se bautizaban con un nombre en concreto. “El santoral primaba, dese luego”. Pero no siempre fue el primer apellido del padre el escogido para los descendientes: “eso fue así desde 1836. En el Siglo XVII era algo diferente”, recuerda el historiador. “Llegué a encontrar a siete hermanos que tenían todos ellos apellidos diferentes. Entonces la gente adoptaba el apellido de la madre si el padre ya no estaba, o incluso de un tío soltero que iba a dejar un patrimonio, o el apellido del abuelo si éste iba a perder el suyo porque no tenía hijos varones”. En las actas hasta no faltaban “apodos, en muchos casos despectivos, que se añadían al nombre en las clases sociales más bajas”. Muchos de estos motes también procedían de los antiguos esclavos.

Los esclavos en la población de Telde

También había niños legítimos, de matrimonios constituidos, e ilegítimos, o niños abandonados. Y, explica el autor, “en toda Canarias, y en Telde en concreto, había muchos esclavos: de procreación (curiosamente los clérigos eran los dueños, los adquirían para tener hijos con sus esclavas) y de compraventa. La iglesia obligaba a que esos esclavos fueran bautizados”.

Los esclavos, relata Rodríguez Calleja, “al final acabaron integrándose. Desaparecieron a la larga como tal, pero fueron incorporándose de una manera muy silenciosa en la sociedad. Tenían sus mecanismos para ello. La mayoría lo hacían cuando fallecía el dueño, que para quedar bien con su alma los dejaba libres. Otros compraban su libertad, que solía valer entre mil y mil quinientos reales. Eran gente en realidad semi-libre: trabajaban para sus dueños en sus casas y fincas, pero también hacían trabajos por su cuenta y podían obtener sus propios ingresos”.

El autor del estudio también observa que “mantener a un esclavo tenía un coste: podía ser incluso más caro que un criado, sobre todo cuando ya no había plantaciones de caña de azúcar”. Algo que también pudo influir en su emancipación.

Matrimonios y descendencia

Con las actas de matrimonio el investigador descubrió a qué edad se casaba la gente. Hay casos de matrimonios muy tempranos, pero la media de las mujeres está en 22 o 23 años, y la de los hombres, “dos o tres años por encima”. En este punto, en Telde, en Canarias o incluso en Inglaterra “encontramos lo mismo: se empezaban a tener los hijos entre los 15 y los 21 meses después de las nupcias. Y el porcentaje de los nacidos antes de los nueves meses está en un 3 o 4% en todo el mundo. Y no todas las familias tenían diez o más hijos. Había un porcentaje elevado de matrimonios que no tenían descendencia. La media era de cuatro o cinco hijos por matrimonio”.

Rodríguez Calleja pudo evaluar cuánto perduraban estas uniones, que en ocasiones no era mucho. “Por eso hay muchos matrimonios con viudos y viudas. Hay que considerar que un número considerable de mujeres moría en el parto”.

Enterramientos y esperanza de vida

“Hay un dicho que dice que Dios hace a todos los hombres iguales, y que sólo los curas los hacen diferentes”. El historiador alude al aforismo para explicar lo descubierto con su estudio de las actas de defunciones. “Los enterramientos tenían un sentido económico para la Iglesia. Se producían en el interior de los templos. En Telde, en la Iglesia de San Juan, en el convento de San Francisco y en el Hospital de San Martín. Y las tumbas no valían igual: la gente valoraba más las situadas más cerca del altar, que se cobraban más caras. Había tumbas para los pobres, para los niños y para los esclavos. Y luego venía el ritual: cuántas misas se decían, cuántas velas se ponían, si se tocaban las campanas… Y todo eso había que pagarlo”.

En Telde el 54% de las defunciones eran de niños, según el libro de Rodríguez Calleja. Muy pocos sujetos superaban los 60 años de edad. El 70% de los primogénitos no conocían a sus abuelos. La esperanza de vida era muy limitada. “Sólo conocíamos la causa de la muerte si se trataba de una defunción violenta o un accidente, cuando la víctima no pudo recibir los últimos sacramentos”, apunta el autor.

“Moría más gente en los meses fríos, cuando no había nada que comer. O, por supuesto, si se declaraba una peste por aguas contaminadas en pleno verano, o algún suceso similar”, añade el historiador, que en su repaso a los datos pudo encontrar oficios, patrimonios, lugares de procedenciande la población… “También está Valsequillo ahí, que pertenecía a la misma parroquia. Hasta de Tenteniguada venían a bautizarse, casarse o a enterrarse a Telde”.

Jesús Rodríguez Calleja

Jesús Emiliano Rodríguez Calleja es doctor en Historia Moderna por la ULPGC: Natural de Villaveta (Burgos), y hoy jubilado, acumula años como docente en distintos lugares de la isla. Es especialista en estudios de la población en Gran Canaria.

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