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Prostitución

La universidad de la prostitución

La Universidad de La Coruña pretendía organizar un congreso para explicar, difundir, justificar y defender la prostitución. Por los títulos de las ponencias y la personalidad de las autoras, este congreso es una exaltación de lo que llaman “trabajo sexual”. Con la posmodernidad se pervirtieron los principios políticos y sociales y los valores humanos, y con, naturalmente, el lenguaje.

Lo que había sido en el transcurso de los siglos prostitución se ha convertido en trabajo del sexo. Creíamos, por propia experiencia y arduo estudio que el sexo que nos distingue a los hombres de las mujeres, es fuente de placer pero nunca de trabajo. La relación sexual que ha de ser libre, voluntaria y gratuita convertida en el negocio que las mafias internacionales han convertido en el horror moderno de la esclavitud de mujeres y niñas y niños. La ONU definió hace tiempo que la prostitución no puede ser considerada un trabajo porque carece de la dignidad de este.

El trabajo está definido desde Aristóteles como aquella actividad humana que produce riqueza con el esfuerzo humano. Los trabajos han sido muchos a lo largo de la historia de la Humanidad, como también nos contó Hesíodo en su magistral obra Los Trabajos y los Días donde el poeta canta las excelencias del trabajo como único medio de superación de las dificultades de la vida humana.

Los trabajos han sido y son múltiples en la historia de la evolución humana y siempre empleados en construir sociedad, alimentar a los seres vivos, inventar nuevos adelantos, elaborar doctrinas que hagan avanzar las civilizaciones. El trabajo, desde el más humilde hasta el que requiera más preparación, es digno porque representa el esfuerzo de la persona en crear riqueza y bienestar. Ya imagino que mis opositoras saldrán gritando que las prostitutas crean riqueza y bienestar. Riqueza es evidente, la prostitución es el negocio más lucrativo del mundo después del tráfico de armas y hace inmensamente ricos a los proxenetas, los chulos y las madames. Y bienestar para todos ellos que deben vivir en el mejor de los mundos posibles. Pero poca riqueza y poco bienestar para las mujeres prostituidas.

El trabajo tiene una condición sine qua non: el trabajador no puede ser humillado en todo su ser. Su cuerpo es intocable por el empleador, de lo contrario es un esclavo, sometido a maltrato y trato vejatorio, y eso lo prohíbe la Declaración de Derechos Humanos de Naciones Unidas desde 1948, en que 49 naciones, supervivientes de la II Guerra Mundial, firmaron las condiciones en que debían desarrollarse todas las personas, independientemente de su sexo, clase, raza o condición, a las que hay que respetar como seres dignos de atención y cuidado. Hoy, que reclamamos respeto para los animales y la Naturaleza entera, tenemos a los y las representantes de la esclavitud más humillante de las mujeres defendiendo la prostitución como un “trabajo sexual”.

Las voceras de eso que llaman sindicato OTRAS, que se manifiestan agresivas y desafiantes, utilizando el lenguaje más soez que imaginarse pueda –como les corresponde- defienden su protagonismo y libertad en la defensa de la prostitución como un trabajo libremente escogido y satisfactorio, para lo cual tienen que insultarnos desgarradamente a las que pretendemos que se elimine para siempre semejante negocio y explotación machista. La ordalía del Patriarcado.

Escuchar y leer los manifiestos de esas mujeres reclamando la autonomía y libertad para prostituirse, como si se tratara de la regulación de una actividad laboral, resulta insultante para la inteligencia. En este siglo XXI hemos de ver retroceder la lucha feminista ocho siglos, cuando en el XIII Santo Tomás de Aquino declaró que la prostitución era necesaria para calmar los apetitos sexuales del hombre más potentes que los de la mujer y que debía existir como las cloacas de las ciudades esconden la suciedad. Más tarde, en los siglos posteriores, la prostitución estuvo siempre regulada, para satisfacción de sacerdotes y magnates o desahogo de trabajadores cansados. Todos hombres, naturalmente, porque la prostitución es la institución que con más crueldad demuestra la organización del Patriarcado: los cuerpos de las mujeres al servicio de la sexualidad masculina. Por ello el feminismo y el humanismo de muchos hombres llegaron para denunciar semejante horror consentido por las sociedades llamadas civilizadas.

La prostitución es una explotación, la más grave de todas porque afecta a lo más íntimo del ser humano que es la sexualidad. Reduce a las mujeres a la categoría de objetos sexuales para disfrute de los hombres. De hombres que disfrutan con tal clase de dominio.

Se afirma también que las mujeres “contratan” con total libertad. Lo cierto es que todas las prostitutas son víctimas de violencia, violaciones, maltrato psíquico, desprecios y humillaciones. Ninguna de las mujeres que se encuentran sometidas a esa explotación sexual la han escogido voluntaria y libremente como se pretende, ni se encuentran satisfechas con semejante esclavitud. Todas son utilizadas por uno o varios chulos, todas son expoliadas por el proxeneta y todas son maltratadas por los clientes y por los macarras. Y la drogadicción y el alcoholismo, las enfermedades de todo tipo y las alteraciones mentales son la condición natural de ellas.

Hablamos de la libertad del pobre, cuando no hay nada que esclavice más que la pobreza. El 99% de las prostitutas, como nos enseñan todas las estadísticas mundiales, son pobres. ¿Qué libertad es la que poseen mujeres que no tienen ninguna fuente de ingresos, que no pueden mantener a los hijos o que han sido ya violadas por los hombres de su entorno desde la infancia o que son maltratadas y apaleadas por el padre, novio, marido, amante, que tantas veces son los chulos que las explotan? Han sido vejadas en su dignidad de persona y no se consideran por tanto iguales a las otras más afortunadas. Y nuestra sociedad, cuando legalice la prostitución, seguirá sin considerarlas dignas de compararse con las mujeres decentes.

Si la prostitución se regula como un trabajo más entrará en las listas del INEM, y cualquier mujer en situación de paro que requiera un empleo puede encontrarse ante la oferta de ir a parar a un burdel o perder la ayuda de la Seguridad Social. Mientras la imagen social de la mujer desciende a los estratos más ínfimos. Si por ser mujer puedes ser prostituida con el beneplácito de legisladores y jueces, sindicatos y asociaciones, todas entraremos en la misma categoría despreciable: la de ser mujer.

Ese estigma que se ceba en la que está en las garras de los prostituidores, de que tanto hablan las regulacionistas, es el que les imponen éstos a las mujeres que consideran buenas para ser prostituidas. Porque ninguno de los padres ni maridos ni hermanos ni hijos desea que sus hijas, su esposa, su hermana o su madre se dedique a la prostitución. Como tampoco ninguna de las mujeres que se consideran decentes tiene semejante horizonte entre sus expectativas. Todos ellos y todas ellas, se consideran a sí mismas diferentes a las “otras”, aquellas que sí pueden, y a lo mejor deben, dedicarse a la prostitución.

La violencia y el machismo están presentes en todos los aspectos de la vida de las mujeres prostituidas. Si un sector de hombres maltrata habitualmente a su compañera de vida y varias decenas las asesinan cada año, ¿qué trato pueden esperar las prostitutas?

Esta es la tan cacareada libertad de las mujeres prostituidas.

La legalización no resolverá ninguno de estos problemas. La campaña de la legalización ha sido promovida por las mafias de la prostitución. Esas mafias lo que pretenden es que las legislaciones de los países desarrollados, en los otros son ellos los que imponen las leyes, no les persigan. No enfrentar más el riesgo de que sus esbirros sean encausados y a veces encarcelados, y ahorrarse el dinero que ahora les suponen las mordidas y los sobornos. No crean que los impuestos les saldrán más caros, porque ahora pagan más para tener impunidad en hoteles, clubs, cafeterías, pubs, etc. Lo que pretenden los proxenetas es la total impunidad. Ni denuncias, ni investigaciones, ni molestias de los vecinos ni admoniciones moralistas de las feministas. Traficar con mujeres- tantas menores de edad-, esclavizarlas en los puticlubs, ganar mil por uno, apalearlas si se resisten, y seguir siendo tratados como honrados empresarios de “alterne”.

España se está convirtiendo en otro parque temático sexual europeo, con el tráfico de 500.000 esclavas sexuales que entran cada día en la Unión Europea a través de nuestro país, y tres millones de hombres que acuden a ellas diariamente. Cuando nuestros gobernantes no se plantean acabar con esa repugnante explotación sino legalizarla, se están haciendo cómplices de ese tráfico.

Y ahora la Universidad, la institución más culta, más elevada, se supone que el imperio de las humanidades, de la ciencia, de la investigación, le quería ceder su sagrado ámbito a las representantes de esa infame industria para que expongan, con total libertad, no faltaría más, los espúreos argumentos con los que pretenden influir en el ánimo de los legisladores para que la prostitución se legalice como en Alemania y en Holanda, que se han convertido en los países prostituidores Europa. En poco tiempo tendremos a las mujeres exhibidas como mercancía tras ventanales en las plazas más concurridas de las ciudades, como pueden verse en Ámsterdam, donde, por cierto, están planteándose abolirla ante el cúmulo de agresiones que sufren y el poco número de las que realmente están legalizadas. Igualmente en Alemania y Australia y Nueva Zelanda que se han convertido en los países protectores de la mafia de la prostitución.

¿Y en España será igual? ¿este es el país que queremos?

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Source: Lidia Falcón - blog.publico.es
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