¿Podremos vivir hasta los 120, con calidad de vida?
Un buen día, el señor Silvio Berlusconi anunció con trompetería que iba a vivir hasta los 120 años puesto que se iba a trasplantar todo lo trasplantable. En un mundo que todavía parece de ciencia ficción, imaginaríamos a este señor –con un pasado poco venerable– tan ufano con su corazón, su hígado, sus pulmones, sus intestinos y sus riñones nuevecitos, comprados al precio que fuera menester. De momento, hemos visto que es cliente asiduo de la cirugía estética y también es un vejete presumido, por ejemplo anunció que había estado con 17 señoritas en una sola noche, aunque no aclaró si con ellas estuvo tomando té o bombones, o acaso practicó otros rituales que a su edad no parecen muy viables. Pero lo cierto es que profesionales de la salud estiman que los humanos pueden sobrepasar los 100 años de vida, dado que los progresos de la medicina y la dietética no paran de conseguir nuevas y sorprendentes metas.
Es como si pudiéramos afirmar que el muy buscado elixir de la eterna juventud ya existe. Pudiera ser que ese elixir ya lo tenemos casi a mano y, si realmente nos preocupáramos por asentarlo en nuestras vidas, podríamos vivir más años y sin enfermedades. Por ejemplo, esta sociedad se ha empeñado en dejar atrás el tabaquismo, y en cierta medida lo ha conseguido, disminuyendo con ello la incidencia de las cardiopatías y del cáncer de pulmón, al parecer el más agresivo de todos.
El presidente de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, Rafael Calvo, un español que vive y trabaja en Baltimore, EEUU, ha manifestado que en sus laboratorios animales como ratones y primates logran prologar la vida de forma saludable hasta un 50 por ciento sobre la edad media que alcanzan estas especies.
Al cumplir años van apareciendo las dolencias y molestias habituales del envejecimiento, los procesos de deterioro que se desarrollan tras la andropausia y la menopausia, molestias que solemos acelerar debido a los malos hábitos de vida que hemos adquirido en este modelo social: obesidad, hipertensión, colesterol alto, diabetes, variados tipos de tumores y las demencias. Tendríamos que mentalizarnos de la bondad del ejercicio físico, incluso el más simple de todos al alcance de cualquiera, que es el caminar.
Los especialistas endocrinos hablan de la conveniencia de la dieta y el ejercicio como medidas saludables y eficientes, la reducción del consumo de alcohol, la erradicación del tabaco, el consumo moderado de café y otros estimulantes. Claro que hay teorías diversas, se habla por ejemplo de lo beneficioso de la dieta mediterránea, que incluye el consumo moderado de vino en las comidas, se dice que un par de whiskies al día son buena cosa porque son vasodilatadores, y se habla de lo bueno que es el café para ayudarnos a prevenir problemas cardiovasculares.
En la civilización del ocio y del espectáculo en la que nos encontramos, la tentación del sillón-bol es manifiesta: transmisiones deportivas, películas, videojuegos y todo tipo de pasatiempos que la gente de distintas edades consume mientras está felizmente sentados ante una pantalla de TV, ordenador o teléfono móvil. Si alguien nos convenciera de que con dieta y ejercicio adecuado la vida puede aumentar hasta en un 50 libre de enfermedades ¿nos dejaríamos convencer? Dentro de este debate caben varias interrogantes. Por ejemplo ¿son realmente ligeras las bebidas que se nos anuncian como bajas en calorías, bajas en azúcar? ¿O todo ese esfuerzo publicitario en realidad es engañoso?
Se estima que al reducir en un 30 por ciento las calorías de la dieta, quitando de manera completa el azúcar en cualquiera de sus formas y disminuyendo las proteínas sobre todo de carne roja, se consigue vivir más y mejor. Los médicos señalan que con estas medidas cambian las hormonas, se reducen los niveles de insulina, bajan los factores de crecimiento y también las hormonas tiroideas, así como disminuyen la actividad inflamatoria y el estrés de la oxidación. En resumen, enfermaríamos menos, nos desgastamos menos, y nuestro cuerpo no se dedica a acumular sustancias tóxicas que acaban envejeciendo a las células, degenerándolas, matándolas.
Cada verano nos vemos inundados por un sinfín de propuestas de dietas-milagro que nos harán perder kilos de grasa en un santiamén. Pero las dietas muy rígidas no son apreciadas por el colectivo médico ya que con ellas pueden venir consecuencias nocivas para la salud relacionada con la malnutrición, la disminución de la inmunidad, la aparición de la debilidad fragmentación de los huesos, la ansiedad, los cambios de estados de ánimo, con episodios frecuentes de irritabilidad y depresión.
Lo que en realidad buscan los investigadores sería, por un lado, patrones de alimentación que, combinando fases de ayuno con fases de alimentación, consigan los mejores efectos, y por otro lado los mediadores químicos que puedan ayudar a esta prolongación sana de la vida, que tal vez podríamos tomar como fármacos antiedad. Sería tal vez volver a los rituales de ayuno que desde muy antiguo han predicado todas las religiones, desde la cuaresma de los cristianos al Ramadán de los árabes, la adopción de hábitos austeros en el comer de los budistas, hinduistas, etcétera.
Reducir la ingesta calórica global no solo habría de purificar el alma y llevarnos a niveles superiores de espiritualidad sino que también nos podría facilitar la reducción de enfermedades cardiacas, padecimientos degenerativos como el Alzheimer, ciertas formas de tumores que ahora son muy frecuentes, y no solo lograríamos vivir más años sino que lo haríamos en mejores condiciones. Es decir que tendríamos que volver el rostro hacia todos esos millones de asiáticos que basan su dieta en el consumo de arroz, pescado y verduras, desechando la comisa-basura que inunda nuestras calles en sus diversas presentaciones.
Comer de otra forma y también practicar ejercicio moderado, el caminar en ciudad, el senderismo, la bicicleta, la natación en las playas ahora que es verano. Tampoco es bueno pasarse de rosca en los gimnasios, hay quienes mueren a temprana edad por tales sobredosis. En los entornos rurales de nuestras islas podemos comprobar la abundancia de gente nonagenaria e incluso centenaria, personas que en su edad útil seguramente se dedicaron a labores en el campo así como a alimentarse mayoritariamente con productos naturales como queso, verduras, gofio, frutos secos o pescado salado. Cierto que también intervienen factores genéticos en las personas que viven muchos años, puede que en un alto tanto por ciento la longevidad se herede de abuelos a padres y a nietos, pero, según los expertos, cada uno de nosotros seguramente podría poner mucho de su parte para lograr vivir más y con mejor calidad de vida. Porque vivir encadenado a una silla de ruedas en los últimos años de nuestras vidas, con un pañal atado al trasero, tampoco parece muy apetecible.
Luis León Barreto