El no hacer
Suelo pasear con cierta frecuencia por los jardines de unas instalaciones deportivas cercanas a mi vivienda. Es un espacio próximo al campo y cursan su entorno insectos y aves silvestres. Hace ya más de un año que, en una zona al aire libre donde hay dos pistas de pádel con paredes de cristal transparente, encontré un mirlo desnucado en el suelo. El hallazgo me consternó. Inferí que, debido a la diferente inclinación de los rayos solares, la superficie del cristal se volvía invisible para los pájaros y, que por ello, se estrellaban contra ella, matándose. Pensé que era una muestra más del trágico tributo que multitud de animales y plantas pagan por la artificiosa y agresiva forma de vida que caracteriza nuestra relación con el medio natural. Y, en esta ocasión, por la imprevisión de los diseñadores de las instalaciones.
Desde entonces, en distintas ocasiones volví a encontrar otras aves en las mismas circunstancias, desnucadas y muertas: mirlos, palomas, algunas de las que no se identificar su especie y hasta canarios, pájaros emblemáticos de nuestro archipiélago. Comenté los sucesos en casa y entre los próximos, hasta hice fotos, pero no me tomé la molestia de notificarlo en el Ayuntamiento.
Por fin, hace unas semanas me encontré con dos canarios, que debían de volar juntos, muertos frente a una de las paredes acristaladas de las pistas. Esta vez -¡A buenas horas!-, decidí poner en conocimiento de las autoridades municipales los hechos y solicitar una pronta intervención cubriendo con medios opacos la trampa mortal visualmente incorpórea. Unos días después, volví a pasar por el lugar y encontré otros tres canarios estrellados. Se lo comenté a uno de los empleados encargado del mantenimiento y le solicité que lo comunicara a sus jefes. Sin resultados hasta hoy.
Me estoy contando que habrá que dar tiempo a que la burocracia municipal se ponga en marcha y solucione el problema. Sé que, mientras tanto, los desprevenidos pájaros que revoloteen por ese lugar seguirán en riesgo de morir, de un momento a otro, y de una manera tan cierta como evitable.
Todo ello también me ha llevado a pensar en que la inconsciencia y la dejadez pueden causar tantos perjuicios como la insensibilidad o el abuso; que múltiples incomodidades, problemas y desafueros tienen mucho que ver con lo que dejamos de hacer: no profundizar más en los factores de las problemáticas, no perseverar en la búsqueda de soluciones y no ser constante en la aplicación de los paliativos.
No solo es una cuestión ética, por otro lado reconocida en pensamientos como el de Edmund Burke que dice: “Todo lo que es necesario para que el mal triunfe es que los buenos hombres no hagan nada.”; o como el de Albert Einstein: “la vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”. No se trata de un compromiso moral solamente. Tiene importantes y continuadas consecuencias en nuestra convivencia cívica.
El que en nuestra vida cotidiana no nos apliquemos a dar testimonio y ejemplo de nuestro compromiso con lo correcto, lo justo y lo necesario nos lleva a ser parte de los problemas y no de las soluciones. También nos hace ser, por omisión, cómplices de segundo grado de las situaciones que nos mantienen atenazados a la insatisfacción, el descontento y la insolidaridad.
Mientras no nos hagamos cargo de las cosas a nuestro alcance; mientras no nos hagamos corresponsables de nuestro tiempo y espacio, el progreso social continuará siendo un escaparate de virtudes públicas que oculta una trastienda de inconsistencias privadas. Muchas grandes cosas están en juego y, en lo pequeño, hasta la vida de unos pajarillos depende de esto.