Eutanasia, y las Ferias del Libro
Se ha colado en la campaña un tema que viene de viejo y que no hemos sabido ni podido resolver hasta ahora. Ha habido iniciativas de distintos partidos, pero por la propia vorágine política en que vivimos nunca se ha hecho un planteamiento adecuado y que pueda ser aceptado por la mayoría. He aquí un tema sensible que requiere pactos, en el que se contemplan muy diversas mentalidades: desde el absoluto respeto a la vida a la necesaria resolución de un conflicto que cada vez se presenta con mayor relevancia en la sociedad. Básicamente consiste en que un equipo médico administra fármacos a la persona que desea morir porque está sufriendo una enfermedad grave y sin remedio. Es legal en Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y en algunos estados de Estados Unidos. En España con la legislación actual se considera cooperación necesaria para un homicidio, pero hay ya una tolerancia social que determina no enviar a prisión a las personas que intervienen, así sucedió cuando la muerte del gallego Sampedro, cuya amiga cooperante fue a juicio pero terminó siendo absuelta. En España el último caso ha sido enviado a un juzgado de Violencia de Género, como si el hombre que ayudó a morir a su esposa fuese un maltratador. Estas cosas tiene la Justicia en España. En Suiza está permitido lo que se denomina suicidio asistido, y se trata de que un profesional médico aconseja al paciente qué fármaco debe tomar para terminar con su vida en ciertas circunstancias. Un científico australiano de 104 viajó a Suiza el año pasado para acabar con su vida.
Los cuidados paliativos son preferidos por profesionales de la medicina para evitar un excesivo sufrimiento al enfermo terminal. Varias comunidades aceptan la muerte digna, así en Galicia una ley permiten que el enfermo o los familiares renuncien al tratamiento si no hay expectativas de mejora o se produce un sufrimiento desmesurado. Los padres de una niña de 12 años con enfermedad perniciosa no recibieron castigo penal cuando pidieron retirar la alimentación artificial que mantenía viva a la pequeña. Mientras llegan los argumentos políticos al Congreso, el debate permanece candente en la calle, entre los expertos y con los testimonios vitales de muchas personas o profesionales sanitarios que conviven en su día a día con la penosa situación de personas dependientes y enfermos terminales en un largo e irremediable sufrimiento. Cuestiones éticas y morales, convicciones y sentimientos religiosos y argumentos jurídicos se entremezclan en un debate inacabado en nuestro país y que ahora se ha colado en la campaña electoral, con el rechazo de los partidos de derechas y la comprensión del otro bloque.
En plena crisis económica florecieron los poetas. Como abril es el mes en que conmemoramos el aniversario de Cervantes y Shakespeare, en todas partes aparece una legión de nuevos escritores que visitan las modestas ferias del libro organizadas en buena parte de los pueblos de las islas. En la mayoría de los casos se trata de voluntariosas reuniones en la mejor plaza de la localidad, rodeada por las terrazas de bares y cafeterías que a esa misma hora están llenas de gente que se toman sus cañas y sus aperitivos mientras, justo al lado, unas damas y unos caballeros casi siempre de mediana o abultada edad leen y leen textos que pocos escuchan, poemas de poetas leídos ante poetas, colegas que tal vez aburren a colegas. Con esto de las redes sociales y las autoediciones, hay miles de personas que de un día para otro se consideran escritores; en su mayoría son personas respetables pero que no leen, para ser escritor tienes que estudiar mucho pero son reacios. Así, sus libros son de tiradas muy cortas para colocar a los amigos y conocidos, hasta el Premio Planeta ha reducido considerablemente la tirada, tras la crisis se sigue publicando muchísimo pero se venden pocos libros. Habría que crear el hábito de la lectura desde las familias y desde las escuelas, y como ello no se da casi la mitad de los españoles no están interesados, según el Barómetro de Hábitos de Lectura que, no obstante, pone de manifiesto que los lectores han crecido moderadamente en el último año. La lectura no está consolidada, el hábito lector está por debajo del nivel de progreso de España y de la posibilidad de acceso a la cultura, han indicado una vez más los responsables. Se trata de un problema del país, una de tantas carencias de práctica cultural. La falta de tiempo sigue siendo el principal argumento de los no lectores para explicar su falta de hábito, casi la mitad de la población, y se ha destacado la necesidad de realizar políticas específicas para los segmentos de la población que tienen más carencias. Habría que comprobar qué porcentaje de hogares tienen libros en casa y también sería bueno saber cuántos libros y de qué materias, si son de autoayuda o de pasatiempos, o si son de literatura o pensamiento.
Los libros están caros, es la disculpa casi general que aleja a muchos de las librerías. Pero la gente no está dispuesta a dejar de tomar sus vinos y sus tapas justo al lado de las casetas en las que montan guardia los escritores con el vano deseo de que alguien se les acerque y, aunque sea por unos segundos, contemple las cubiertas de sus libros. Grandes autores como Neruda, César Vallejo o Juan Carlos Onetti vendían por las esquinas sus textos recién salidos de la imprenta cuando estaban empezando su recorrido literario, la diferencia es que Víctor Ramírez es ya un septuagenario cuyo entusiasmo por las letras no decae ni un instante, lleva años autoeditándose y visitando luego a amigos y conocidos para que les vayan comprando lo que él mismo define como sus libritos. Admirable autor y mejor persona, siempre independiente, siempre ajeno a los cuchicheos de las capillas literarias, por lo general tan engreídas y excluyentes. Tan repletas de grandes valores, aunque nosotros tan solo somos escritores medianitos de categoría regional. Por ejemplo: a pesar de haber movido cielos y tierra, desde los tiempos del venerable Benito Pérez Galdós ningún insular ha logrado entrar en la Real Academia de la Lengua. Escribimos porque para algunos la escritura es una enfermedad que no tiene cura posible, porque no sabemos hacer otra cosa, y -aunque soñamos con enormes reconocimientos, que nos pongan calles, que nos den el Premio Canarias, que nos esculpan con letras de oro en el libro de la Historia- sabemos que estamos condenados a la invisibilidad. Cada cual tiene derecho a sus quince minutos de gloria, algunos ya los hemos disfrutado, y a sus quince siglos de olvido. En todo caso, habremos intentado ser testigos de nuestra época, que ya es algo.