La isotermia de las cuevas de Guayadeque es el origen de la conservación de sus muertos y sus alimentos
- Gil y Naranjo contrató enriscadores que sacaran los huesos, finalmente muchos fueron triturados como nutrientes para cultivos
- Solo queda un piquero de cuevas y ningún niño en el barranco
- La conquista dejó sin agua propia al barranco a pesar de albergar 60 manantiales que se secaron con la galería
- La distribución del agua del 75% para Ingenio pervive tras 500 años a pesar de haber perdido su sentido original de regar el azúcar
- El Cabildo organiza recorridos por este monumento natural para dar a conocer su historia y sus riquezas
- Tiene muestras de la primera vez que Gran Canaria emergió del océano y albergó a los primeros pobladores
El Barranco de Guayadeque está impregnado de cuevas que definen su idiosincrasia y atraviesa sus 2.000 años de historia desde que lo pisó el ser humano hasta la actualidad, no en vano su temperatura constante ofrece múltiples ventajas, desde frescor en el verano y calidez en el invierno para vivir, a cámara idónea para los alimentos y perfectas conservadoras de sus muertos, pues hoy se sabe que no son momias ni mirlados, sino cuerpos excepcionalmente conservados gracias a la cualidad de la isotermia de estas cavidades.
Se trata de parte de las enseñanzas de la visita guiada ofrecida hoy por el Cabildo de Gran Canaria a este monumento natural que no solo albergó a los primeros habitantes de Gran Canaria en los años doscientos o trescientos años de esta era, junto a Acusa y la Fortaleza, sino que ofrece vestigios de la primera vez que Gran Canaria emergió del océano, hace 14 millones de años.
De hecho, cuenta la historia geológica de Gran Canaria, pues muestra todos los estratos que la fueron formando en este particular barranco, ya que si bien los de la zona hacia el sur son anchos, los denominados en forma de u, este es en uve, todo un espectáculo de acantilados y laderas que salvan 1.200 metros de altitud y que han marcado la forma de vida de sus habitantes, que han aprovechado cada estrato para encajar su vida y su muerte.
También han aprovechado, personas y animales, sus pisos bioclimáticos para pervivir, pues hasta las abejas practican la trashumancia en este barranco, explicó el arqueólogo del Cabildo José Navarro junto a Octavio Rodríguez, quienes dirigieron a una treintena de personas por un viaje desde la época de los aborígenes hasta la actualidad, pasando por la época de la conquista y la división administrativa entre municipios.
No sin agua
Guayadeque está íntimamente ligada también al agua, no se entiende sin su acequia, pero es solo el reducto de lo que tuvo, pues tras la conquista se distribuyeron tierras entre los colonos y también el agua, este bien pasó a ser propiedad privada a través de las heredades, una propiedad que se hereda de generación a generación, de ahí su nombre.
Lo que hoy es Ingenio y Agüimes fue hasta el siglo XIX el Señorío Episcopal de Agüimes, la población estaba concentrada en la ladera sur y los cultivos en el margen norte, y en lo que se denominaba la Vega de Antona se asentó un ingenio azucarero, de modo que el 75 por ciento del agua se derivó a esta zona y el 25 restante a la zona poblada.
Cuando allá por los 1570 desapareció el ingenio y la necesidad de regar los cultivos de caña de azúcar, la distribución perdió todo su sentido, sin embargo sobre la base de la tradición, se ha mantenido hasta la actualidad, lo que no ha dejado de ser fuente de conflictos, sobre todo para los habitantes del Barranco, que no solo vieron secar sus 60 manantiales cuando se creó la galería, sino que la vio canalizar por la acequia y se tuvo que meter dentro, literalmente, para que no fuera entubada.
De eso dio fe Omaira López, natural del barranco, porque su abuelo fue uno de los que se metió en la acequia y fue detenido por ello, y también recuerda cuando de hecho fueron cortadas ñameras porque las heredades se quejaban de que absorbían demasiada agua. Gracias a la acción de los vecinos, lograron que no fuera del todo entubada, lo que hubiera afectado por completo a su flora y fauna, de hecho, sin sus 60 manantiales, pervive la afección de lo que antaño fue y de lo que sería con su agua.
Y es que con el discurrir del agua y la historia, el barranco también tuvo que atravesar la época del expolio de sus muertos, para ello Gregorio Chil y Naranjo contrató enriscadores, personas del lugar que tirando sogas se metían en cuevas para otras personas inaccesibles, para que sacaran los huesos y los tiraran a donde pudieran ser cogidos, ya que eran valorados por sí mismos, como meros objetos, y eran sacados a lomos de burros en sacos, y aparte de tener como destino el Museo Canario, donde hoy son conservados, muchos acabaron triturados como nutrientes de cultivos.
La arqueología actual lo que valora es el contexto, de modo que no se practican extracciones de este tipo, los restos del Museo Canario están descontextualizados, si bien sí han permitido profundizar en el conocimiento de la población aborígenes, desde su alimentación hasta sus patologías.
Ni momias ni mirlados
Las cuevas eran también todo un seguro de vida para las generaciones venideras, ya que eran usadas como graneros para guardar alimentos para épocas de escasez, lo que ya demuestra una organización colectiva para la supervivencia, y también atesoraban semillas para una o dos siembras, sin ellas no había garantía. Uno de estos graneros se encuentra en la zona de Cuevas Muchas, donde se aprecia un “queso gruller” que en realidad se puede recorrer por el interior.
En cuanto al uso funerario, los cadáveres tan bien conservados encontrados hasta el momento no son en realidad momias, ya que no se extraían vísceras ni practicaban procesos de secado, tampoco se trata de cuerpos mirlados porque no han sido secados al sol con agua salada, se trata de “cadáveres excepcionalmente conservados” gracias a la constancia de la temperatura de las cuevas, de hecho no son más cálidas en verano y frescas en invierno, esa es la sensación térmica en contraste con el exterior, pero lo cierto es que la temperatura es constante.
Los restos humanos sí eran preparados, eran envueltos en cuero, se ataban y tapaban orificios con fibras vegetales, con hierbas. Además se asocia el número de capas de cuero de la envoltura con el rango social.
Maestro Juan, el último piquero
Actualmente no puede establecerse una tipología de cuevas antiguas, aunque hay aspectos en común, su tamaño pequeño, la única ventilación de la puerta, la cocina exterior y la ausencia de baño, en cualquier caso siguen toda una técnica de canalizaciones de agua o accesos a la parte superior de la que solo queda un valedor, maestro Juan, el último piquero de Guayadeque, de 84 años, toda una joya de sabiduría en el uso del pico para adentrarse en la tierra.
Las cuevas siguen presentes en la vida del Barranco de Guayadeque, pero el medio de vida de sus habitantes ha cambiado, ya no viven de la agricultura y ganadería, sino de sus visitantes, sea turistas o residentes. El sector primario ha dado lugar al terciario, y el objetivo es armonizar esta actividad con su capacidad de carga y el respeto al entorno, en el que su única escuela cerró en 2008, y donde aún viven personas, pero no mucho más de medio centenar y ninguna de ellas son niñas o niños, de modo que corre cierto peligro de despoblamiento tras 2.000 años habitados si la situación no es revertida.
Para eso sería importante, resaltó el arqueólogo del Cabildo, que el sector servicios y el primario se dieran la mano para que regrese con fuerza la vida a sus cultivos y sus laderas, donde este sábado lucieron vestidos de blanco los almendreros, otra seña de identidad del barranco que, cuando sopla el viento ofrecen una especie de nevada a la inversa, ya que sus frágiles hojas blancas se desprenden y ascienden tal que copos hasta perderse de vista, a veces mimetizadas con el azul del cielo los días claros como el de este sábado.