La huida del rey desnudo
El Rey Juan Carlos I, denominado desde 2014 como el rey emérito, ha huido de la justicia española y suiza, de manera vergonzante. Ha quedado al desnudo ante la sociedad española. Ya no lo defiende ni su propia familia.
Agosto fue un mes que utilizaba la dictadura franquista para aprobar leyes de previsible contestación, como la Ley General de Educación.
Agosto vuelve a ser el mes, elegido por el sucesor de Franco, designado Rey por el Dictador, para huir del país donde ha ejercido la jefatura de Estado durante cuatro décadas, con muchos silencios y complicidades de mucha gente poderosa y de la mayoría de los medios de comunicación.
La abdicación de Juan Carlos I en 2014 contó con el buen hacer de Alfredo Pérez Rubalcaba. El deterioro de la institución monárquica había tocado fondo: el silenciado caso Kios, el caso Noos, la cacería de elefantes, el accidente en compañía de una de sus amigas con quien, al parecer, ha sido muy generoso… en conclusión, una vida nada ejemplar para alguien que ejercía la Jefatura de Estado.
Al parecer, el emérito consideraba, desde una perspectiva cristiana, que con pedir disculpas y prometer que no volvería a ocurrir, ya estaba todo zanjado. La restauración borbónica se puso en marcha y se produjo la abdicación y la creación de la extraña figura de emérito, como hipotética fórmula de protección y aforamiento para seguir disfrutando de la impunidad denominada inviolabilidad. Mientras, el bipartidismo tradicional mirando para otro lado y sustentando la monarquía y sus escándalos.
Sin embargo, lo que era vox populi desde hacía años, sobre su fortuna personal, ha sido el siguiente capítulo. Y aparecen las cuentas en Suiza y en paraísos fiscales, las informaciones sobre presuntas comisiones procedentes de Arabia Saudí por sus gestiones para la construcción del AVE en ese país. La Fiscalía del Tribunal Supremo lo investiga por blanqueo de capitales y fraude fiscal.
En estos momentos, al ciudadano Juan Carlos, investigado, se le permite salir del país, anunciándose su presunto acto de servicio a la monarquía cuando ya había huido. ¿Por qué no se le ha retirado el pasaporte?
Para esta huida ha tenido que contar con la colaboración del Gobierno, y -por las manifestaciones inmediatas de Unidas Podemos denunciando este hecho-, con la colaboración del partido socialista que justifica esta huida de opereta con una frase lapidaria: “ha ocurrido lo que tenía que ocurrir”, como si fuera una cuestión predestinada por la divinidad, ajena a su connivencia.
Algunos defienden que todo lo anterior a su abdicación está dentro de su derecho a la inviolabilidad. Sin embargo, es de toda lógica que los actos privados del emérito no tendrían que estar protegidos por esa inviolabilidad, ni antes ni ahora. Y ahí se han unido PP, PSOE Y Cs recientemente para impedir una comisión de investigación en el Congreso de los Diputados.
Tuvo que aparecer la información de las cuentas del emérito en un rotativo británico para la suspensión de sueldo hecha por su hijo y la declaración notarial de su renuncia a las cuentas de su padre en paraísos fiscales y a su herencia, acto que al parecer había realizado un año antes y esperó al inicio del estado de alarma para anunciarlo.
Todos estos gestos son vanos intentos de cortafuegos de una monarquía carcomida por la corrupción y los escándalos para intentar aparecer como una institución modélica y transparente.
Este país ya no es el de 1975, en pleno franquismo; ya no es el del referéndum de 15 de diciembre de 1976 sobre la Ley para la Reforma Politica, apoyado por el 94.17 por ciento de síes; ya no es el país en el que los militares tenían un poder omnímodo y cada día amenazaban con un golpe de estado; ya no es el país en que nos contaron a todos el cuento de la “modélica transición”.
Afortunadamente, ha aumentado el nivel cultural de la población, nuestra sociedad ha viajado y no habla de oídas, nuestros jóvenes se han formado en otros países con amplia trayectoria democrática. Y además, nos podemos informar por medios alternativos a través de las redes sociales.
Ahora es mucho más difícil blanquear la monarquía. Y el proceso democrático para debatir y acordar la reforma constitucional, para acordar qué forma de Estado deseamos como sociedad, es imparable.
No se pueden poner puertas al campo.