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La Montaña de Tindaya un símbolo de Canarias

Por ser, la montaña de Tindaya, la habitación y el cobijo de algunos de los más valiosos seres vivos que se adaptaron a estos espacios insulares. Resistiendo al aislamiento y a las duras condiciones ambientales, fueron capaces de crecer y resistir sobre la piel de la Montaña de Tindaya y hundir sus raíces como uniendo su destino al lejano destino de la roca. La cuernúa o caralluma buchardii, los acebuches achaparrados, el nauplius sericeus o jorjao o joriao, para le gente que desde siempre los conoció, igual que la tohía y otras tantas plantitas que han brotado y brotan en sus grietas. Por ser refugio, nido y alimento de aves milenarias, como las tarabillas, las aguilillas o los guirres que sobrevuelan sus crestas; por ser tránsito de ganados o escondrijo de las más pequeñas criaturas. Hoy sólo por eso, habría motivos suficientes para que esa montaña, que creció al poniente de La Muda, sea el orgullo de estas islas Canarias, pero a día de hoy muchas de esas plantitas tienen, la desgracia de crecer donde las grúas abrirán la escultura de Chillida.

Por ser, la montaña de Tindaya, el testigo de las entrañas de la tierra, cuando nació sumergida hace 18 millones de años, debajo de la primera isla que se asomaba sobre el mar. Allí fue creciendo por dentro de la tierra, una tierra de casi 2000 metros que vio desmoronarse a su alrededor, hasta que su dura piedra, en forma de pitón traquítico de bellas tonalidades, fue quedando sólo en la inmensidad de los Llanos de Esquinzo, sobreviviendo a vientos, lluvias, a volcanes cono las Ventosillas o la Quemada, a coladas y barrancos. Pero su interior aún guarda los testigos del fuego y el frío, del agua y la gravedad, en forma de diques que atraviesa su cuerpo y brota como crestas grises y alargadas en sus blancas laderas. Por ser el milagro de aguas subterráneas en una isla castigada por la sed. Las fuentes de los Negrines, del Lomo Blanco, de las Higueras o de Los Guirres, son la prueba de ese líquido tan preciado. Hoy, esa piedra, tiene razones suficientes para que esa montaña, que reina en el paisaje, sea el orgullo de estas islas Canarias, y no el reclamo de oscuros negocios, que han despreciado lo hondo de nuestra identidad.

Por ser, la montaña de Tindaya, compañía y recurso de la gente que siempre ha vivido en su alrededor, que construyó canales y pilas, corrales y chozas, que le dio el nombre y se lo dio a sus alrededores, que la subieron por el viejo camino de la Virgen, que vieron brujas en su cima en forma de camello o que sabían que hablaba, que la montaña le hablaba a la Muda, al Aceitunal o a la Quemada. Por ser el trasfondo inmenso de esa joya arquitectónica que se levanta próxima, la Casa Alta, y que por ser y haber sido, se merece el destino de explicarse y explicar la historia de Tindaya y de sus montaña, como un nuevo orgullo de Canarias y no el museo de un artista ni la sede de una fundación que, más allá de formar parte también de esta triste historia reciente, no debe sustituir el alma de la propia montaña y el significado que se ha construido en tan dilatado tiempo.

Ben Magec, dedica este día a esta montaña, para resarcirla de la pena que lleva dentro y para airear la vida y la riqueza que atesora y que queremos que el mañana pueda disfrutar.

Ben Magec Ecologistas en Acción

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