Amanecida.

La sierva del aristócrata observa el cielo

a través del ventanal, oyó cabalgar a las hadas ecuestres cuyos cuerpos se escinden en forma de madrépora y, como un abanico de besos

caritativos, atraviesa el párpado un génesis de pestañas que se alza titilando órfico entre las tinieblas.

XII

Se desliza la niebla por la colina acariciando a las flores enloquecidas, sus capullos se abren por el suspirar de una voz inusitada, unas y otras, reciben el beso de un espíritu cuyo rostro, juraría, la niebla ha traído.

¡Miradlo ahí! Sus rosadas mejillas el aura de las flores ha iluminado, descansa su rostro sobre las manos que tan inocentemente entrelaza…

Atrás quedaron las flores ya cerradas, el recuerdo de la visión se nos escapa. Solo ante nosotros el viento transita, una cesta de gritos porta en jorobas, arrancados de la madre friolera

cuyo pecho ojalá el abrigo entibiara

¡Pero un rio montañoso en su corazón desemboca!

Hacia él, balneario aciano, animales sin la médula,

sin sangre, las aguas envían, pues habrá de llegar el día

en que recobre el aliento. pateará entonces el suelo, ritmo y rugido irredento para obrar su milagro, alejar al sabio que le busca, para nunca encontrarlo.

XXVI

Situado ante el espejo de la muerte, soy el reflejo de una bestia, en el témpano. Mis pies recorren la eterna orilla, siento en mi espíritu la gravedad del horizonte. Debería meditar ante él como los monjes y esperar pacientemente lejos del mundo, pues es entonces cuando me pregunto ¿qué es para mí vuestro llanto sino ignominia? ¿Por qué habría de ser el mío profunda herida en esta noche incierta? Yo digo, demos caza al ángel extraviado. Vertamos petróleo sobre su cuerpo y retornémosle a los pies de Dios. Devolvamos el fuego. ¿Acaso no era cierto que os sentíais vacíos? Él no podrá sino apartar la mirada porque tampoco nosotros soportaremos poder verlo. El camino será largo. Es hora de que amanezca.

Escritos por Viren Mahtani