Sanmao y la felicidad imposible
Echo Chen, más conocida por Sanmao, la escritora china (1943-1991) fue esa mujer menuda y hermosa, alegre y trágica a la vez, pájaro en libertad escurridiza, que estuvo entre nosotros sin que nos enterásemos demasiado, que escribió para sus paisanos sus experiencias en el Sáhara, Telde, Tenerife, la isla de La Palma, en Barlovento el monumento a la memoria de su marido. Y que dejó para la posteridad cosas íntimas y cosas demoledoras, llenas de amor, de ternura, de crueldad, de la pasión de vivir. Tantos años después hemos podido leer dos libros marcados por las emociones: Diarios del Sáhara y Diarios de las Canarias, traducidos hace poco por la editorial Rata, de Barcelona. Una mujer triste, permanentemente tocada por la melancolía, con una vida tan desgraciada que acabó quitándosela cuando solo tenía 48 años y era una figura pública en su país. Tan ingenua y desprendida que fue una eterna compasiva, regalaba y regalaba, nunca valoró lo material. Sanmao, pájaro rebelde, mujer iluminadora, tierna y terrible, nos cuenta la verdad de la vida en el Sáhara en años de confusión y lo hizo sin pelos en la lengua porque gozaba un sentimiento de emancipación adelantado a su tiempo y vino del otro lado del mundo para dejarnos una literatura vivencial, de trato directo con el lector. Se adorna con citas de poetas y filósofos de su país, que vivieron en siglos lejanos pero que aportaron un cuerpo de pensamiento muy valioso. Porque lo más importante de la obra de Sanmao es el espíritu de cercanía que transmite, su candidez, su generosa disponibilidad para ayudar a los demás. Y las muchas decepciones que debió padecer, la brutal sinceridad de sus Diarios del Sáhara, un libro en el que nadie queda libre de culpa: ni España, ni Marruecos, ni los saharauis, ni siquiera el Frente Polisario.
Sincera, descarnada y entrañable, así es su obra. Escribía por pura necesidad, y a veces lo hacía de manera arrebatada. Tiene relatos magistrales, como Crónica de la boda, El esclavo mudo, Un restaurante en el desierto y sobre todo El llanto de los camellos, que cierra el libro del desierto con una escena de violencia extrema, la chica saharui violada y asesinada por sus propios compatriotas, una escena turbulenta en los días más confusos del territorio. Solo escuchaba los quejidos de los camellos que llegaban desde el matadero. Cada vez se oían más y cada vez más fuerte. El ambiente se fue llenando poco a poco del eco descomunal del llanto de los camellos, que me envolvió como si fuera un trueno.
La enorme popularidad de la autora en Asia radica en el espíritu transgresor y aventurero que definió su vida y se extendió a su obra. Bajo la tradición china, marcada por los valores de los ancestros, los hijos deben estricta obediencia a los padres. De ellos se espera, además, que permanezcan cercanos a su familia. Como suele suceder, las normas se redoblan para las mujeres. Sanmao fue afortunada: sus padres, devotos cristianos, toleraron la rebeldía temprana que latía tras su sed de conocimientos. Cuando el sistema escolar ahogó a la futura autora, se le permitió recibir una exquisita educación en casa. No terminó la carrera universitaria y se lanzó a viajar, aprender idiomas, conocer gente. En Madrid se tropezó con el buzo José María Quero, al que llevaba ocho años y al que hizo esperar hasta convertirlo en su marido. Para muchos de sus lectores las obras de Sanmao destilan un cierto fatalismo, un destino trágico, libertad y romanticismo. Soy tan feliz cuando me lanzo a los textos que incluso siento alegría cuando escribo sobre temas tristes, ya que lo hago hasta llegar al clímax de los sentimientos, dijo. Ingenua, enamorada, fantasiosa, escribía con un tono altamente emocional, un desgarro infinito.
En nuestro instinto de supervivencia va incorporada la busca de la felicidad, y si algo la caracteriza es su carácter efímero, es muy difícil sentir un estado de plenitud permanente. Pero es un asunto tan trascendental que incluso lo incorpora la Declaración de Independencia de Estados Unidos: Sostenemos que estas Verdades son evidentes en sí mismas: que todos los Hombres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, que entre ellos se encuentran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad. Aristóteles, una de las mentes fundamentales en el pensamiento occidental, hablaba de la felicidad como el fin más elevado de la humanidad. Pensadores chinos como Confucio hablaron de la felicidad en este mundo y en el más allá. Es más sencillo sentirla cuando tienes una firme creencia religiosa, pues la religión viene a ser un bálsamo que calma la angustia. Y hasta parece que el estado de placidez refuerza nuestro sistema inmunológico, aleja las enfermedades, que a fin de cuentas vienen a ser desarreglos psicosomáticos.
Es fácil pensar que los ricos y poderosos son más felices que las personas con pocos bienes. Pero la cosa no funciona así; a menudo vemos a personas con mucho éxito aparente, muy realizadas, y que sin embargo son infelices. Ricos, pero desilusionados. Lo vemos entre gente que gana un premio importante con una lotería o una quiniela, están eufóricos en el primer momento pero luego se sienten perdidos. Llegar a un punto de comodidad determinado lleva a un bienestar temporal, pero no a una subida permanente del estado de felicidad. Los psicólogos dicen que una cosa importante para estar bien es tener relaciones personales sólidas, parientes y amigos. En la vida no vivimos situaciones perfectas, puesto que hay desacuerdos y conflictos. Pero en el mundo actual, con tanta tecnología, las relaciones son virtuales, no reales. Y ahora el ideal consiste para la mayoría en atesorar el máximo de bienes de consumo, cuanto más tienes, más vales, cuanto mayor es tu cuenta corriente y más caro tu coche, cuanto más vistoso es tu chalet y tu apartamento en la playa, más afortunado te consideras y te considerarán los demás. La felicidad, entonces, depende de los objetos que tengas a tu disposición. No es un sistema sano, pero es lo que hay. Y también conviene ser lo bastante hipócrita como para aparentar complacencia ante los demás, sonreír siempre cara a la galería. Claro que por el camino van quedando decepciones y tropiezos, el consumo de ansiolíticos y antidepresivos nos dice que nuestra sociedad dista mucho de estar contenta. A fin de cuentas, la felicidad es un estado mental que radica en ti mismo.
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