Antieconomía
En su sentido más amplio, las actividades económicas son el conjunto de acciones que los seres humanos llevamos a cabo para asegurar nuestra subsistencia y la de nuestras comunidades. Producir todo lo necesario y distribuir todo lo preciso para poder continuar reproduciéndonos y subsistir como especie, ése es el sentido básico de la economía. Más allá de lo sofisticado y artificial que sea el modo de hacerlo, la economía tiene como finalidad la supervivencia humana.
Como requisito previo, las iniciativas económicas deben llevarse a cabo respetando las condiciones de carga de los entornos ambientales que nos nutren y acogen. La economía depende de la sostenibilidad ecológica y por ello, el ámbito biosférico de la Tierra es el bien mayor que, en última instancia, debemos cuidar si pretendemos prevalecer.
Desde que los seres humanos generalizamos el modo subsistencia agricultor y ganadero la tensión demográfica y los impactos medioambientales no han hecho más que acrecentarse. El poder cultivar y acumular alimentos permite el aumento poblacional, pero la sobreexplotación y el desequilibrio de los ecosistemas que lo sostiene rompe, muchas veces, abruptamente, esa progresión. El ensayo de las mejores técnicas y la investigación sobre los procedimientos más adecuados para asegurar, por un lado, el aumento de la producción de bienes y, por el otro, el mantenimiento de los recursos que los hacen posibles, es uno de los más importantes retos de nuestra civilización.
A todo ello, hay que añadir las extraordinarias tensiones sociales que el enfrentamiento por el acceso a los recursos y su acaparamiento han venido ocasionando, y que provocan, hasta hoy en día, la dramática paradoja de que, siendo que se producen alimentos y bienes de sobra para asegurar las condiciones de supervivencia digna para toda la población mundial, la hambruna y la miseria se extienden por doquier, de un modo más injustificable aún, también por los países más poderosos.
Desde esa perspectiva de la finalidad y las condiciones de la economía, cobra nuevo sentido lo que es y no es, económicamente, apropiado y eficiente: que el fin del desarrollo material sea, a despecho de consideraciones humanitarias, el enriquecimiento privado, es antieconómico; que a nivel global, el 1% de la humanidad posea, sin ninguna responsabilidad social y ecológica en su apropiación, tanta riqueza como el 99% restante, es antieconómico; que por la prevalencia de una concepción de la propiedad basada en el dominio pleno, infinidad de recursos económicos permanezcan en desuso mientras amplios sectores de la población los precisarían para salir de la precariedad, es antieconómico; que en un momento crucial para la supervivencia de la humanidad, con un crecimiento demográfico desbocado y una esperanza de vida inusitada, con una crisis ecológica de impacto planetario y con el fin de la era del petróleo a las puestas, se persista en las mismas prácticas y objetivos, es antieconómico.
Y a un nivel más próximo, que el segmento de la población más poderoso de nuestro país, en consonancia con el resto de Occidente, aumente sus niveles de enriquecimiento mientras la gran mayoría de la población trabajadora -muy especialmente la femenina y la joven- se empobrece, no es económico, es antieconómico. Y que la Comunidad Autónoma de Canarias sea la que mejor ha ajustado sus ingresos y gastos, a la vez que el riesgo de pobreza ha aumentado hasta alcanzar a un tercio de su población, eso, también, es antieconomía.