Yo quiero
Yo quiero que toda la gente sea más autónoma: que se tome más tiempo para pensar, y vaya más allá de los tópicos de moda y las recomendaciones interesadas; que se ocupe más sus emociones, que temple sus impulsos y analice sus pasiones y sus inhibiciones; y que se implique en vivir más en consecuencia con sus conocimientos más contrastados y sus sentimientos más auténticos. Para que, cada vez, sea más capaz de hacerse cargo de los grandes retos, las enormes tensiones y las extraordinarias decisiones que nos han tocado resolver. Desde la reciprocidad más equitativa, la de compartir los riegos y los esfuerzos pero, también, las oportunidades y los frutos, entre todas y todos.
Y yo, también.
Yo quiero que la ciudadanía, en general, y la que cohabita en los vecindarios, en particular, sea más comprometida con los más viejos y los más niños; que actúe más solidariamente con las personas desposeídas y en riesgo; y que se comporte con más hospitalidad con los recién llegados y diferentes. Para que los barrios se desarrollen como genuinos espacios de convivencia y cuidado mutuo, donde, incrementadas las capacidades comunitarias, se puedan aportar, sin intermediaciones, soluciones auténticas en el día a día, de cada cual.
Y yo, también.
Yo quiero que la gente más próxima, la familia, los colegas y las amistades, vayan más allá de las convenciones predeterminadas para mejor cumplir con el crucial aporte de pertenencia, apoyo y sentido que precisa todo ser humano en su cotidianeidad. En un tiempo en que se están afrontando profundas transformaciones en los ámbitos familiares, laborales y de asueto, quienes conforman los círculos más próximos por consanguineidad, interés o gusto están llamados a implicaciones mayores para evitar el desarraigo, la atomización y la frustración generalizados.
Y yo, también.
Yo quiero entenderme, quererme y cuidarme con mis mayores, mis iguales y mis pequeños más íntimos. Poder mirar con limpieza, sin impostadas certidumbres, ni inasumibles responsabilidades, a mis padres, a mi pareja y a mis hijos.
Recién hace que empezamos a “hablarnos de tú” con quienes nos trajeron a su seno familiar y nos cuidaron hasta que pudimos andar a nuestro aire; con quienes compartimos amoríos y pasiones hasta querer querernos emparejados; y con quienes trajimos a nuestro hogar y protegemos hasta que se vayan “a comerse el mundo”.
No ha sido fácil, pero ha sido grande: una revolución intergeneracional y de género en el modo de vivirnos y tratarnos en lo más íntimo de nuestras vidas, que ha hecho saltar por los aires papeles prefijados jerárquicamente durante largo tiempo y que no daban más de sí. Precisábamos un modo, por fin, mutuamente accesible y responsable de familia.
Con todo, durante el proceso se han deshecho y rehecho múltiples grupos familiares y un sin fin de parejas, surgidas entre las nuevas necesidades y virtudes. Pero, más allá del complicado desmoronamiento del modelo patriarcal y de la enorme infelicidad que producen sus expresiones más agresivas, aquí y allá, por todos lados las familias se reencuentran y las parejas se recrean desde nuevos valores, más feministas, menos autoritarios. Y la promesa es tan nueva como poderosa: el surgimiento de unas relaciones amorosas más lúcidas y proactivas, más resilientes y liberadoras. Tal vez, el ingrediente que precisamos para transitar las peores amenazas, en todos los ámbitos, sin temor y sin odio.
Yo quiero ¿tú, también?