¿Qué sé yo de la navidad?
Es la pregunta que se hizo Paul Auster cuando el New York Times le encarga un cuento navideño que finalmente se lo inspiró su amigo Auggie Wren, un fotográfo que retrata, diariamente la misma esquina del barrio de Brooklyn. Una historia que fue la simiente de la película Smoke. Un relato que recorre la realidad sentimental del alma humana.
Porque la literatura descubre mundos nuevos, materializa el sueño en un papel, decía Patrick Modiano. A veces es inspiración de películas, un regalo que nos recuerda el significado de La Navidad, desde los clásicos de los hermanos Grimm y Andersen al Cuento de Navidad de Charles Dickens, al maravilloso film ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra, retrato de la nostalgia navideña, una razón de ser y de estar en el mundo.
Películas inspiradas en hechos ficticios o reales. Familias que, en alas del progreso intentan infundir la esperanza de que algún día podremos vivir en un mundo mejor. Y acogen a un mendigo en su mesa entre manjares, vinos y el arbolito que parpadea entre copas y acordes de villancicos, entre risas o llantos de la Noche Buena. Películas basadas en ideales de dolor, en el caos, olvido e indiferencia de pueblos sometidos al terrorismo, violencia, guerra, en las que la fuerza de la Navidad solo es capaz de conseguir unas horas de tregua. No el fin del conflicto, esa paz tan deseada y recordada en estas fechas. La paz duradera que no se gana porque la guerra es un negocio repugnante de poderosas potencias militares que hieden.
¿Qué sé yo de la Navidad?
De esa Noche que nace el Niño Dios, de aquella infancia en que Papá Noel golpeaba la puerta de nuestra casa y, sin saber qué hacer, ni qué decir: gritábamos, movíamos las manos y los brazos con gran alboroto, mientras él agitaba una ruidosa campana y se acercaba a cada uno de nosotros que lo observábamos con cierto temor.
Entonces, sin prisas y con aire de bondad, se inclinaba ante el árbol navideño que habíamos adornado con tanto amor, y depositaba a sus pies numerosos regalos colmando las aspiraciones de todos. Mientras yo, a escondidas tras los pantalones de mi padre, miraba como se despedía.
Han pasado muchos años pero todavía estoy poseída por ese hombre del que no estoy segura de que fuese de carne y hueso, de que fuese real, por lo que al igual que Auster, confundida, me pregunto:
¿Qué sé yo de la Navidad?