La nueva normalidad no es muy normal
Da la impresión de que nos han quitado el futuro, de golpe y porrazo el enemigo está presente en tantos frentes que hemos de acostumbrarnos a convivir con él. De la misma forma que aprendimos a coexistir con la violencia del terrorismo y otros males, ahora tenemos que aceptar que ya no vamos a poder hacer planes, ni proyectos, ni tener pequeñas metas. Pues siempre estaremos en manos del virus, de lo que él imponga.
En las islas hemos pasado de los casi dieciséis millones de visitantes al cero turístico. En verdad da pena visitar las costas donde se juntan los hoteles, los centros comerciales, los bares y restaurantes y ver que está bajada la persiana. Playas con menos gente de lo habitual, chiringuitos que no pueden servirte ni una caña. Y sobre todo da pena contemplar el parón de la industria de los servicios, esos miles de puestos de trabajo, y la escasa garantía de que el panorama cambie a medio plazo porque esta pandemia ha llegado para instalarse, y los rebrotes auguran lo peor. Aquí el sol y la playa son los únicos pilares de nuestra industria, y los aviones tardarán en llenarse con aquellas riadas de visitantes que incluso ya nos molestaban. Algo parecido sucedía en Barcelona o Venecia, lugares donde ya se daba una proliferación turística casi insoportable para los naturales del lugar, que ahora claman por el regreso a la vieja normalidad. Es decir, a los cruceros atiborrados, a los aviones repletos, a los hoteles, los restaurantes y los bares a pleno rendimiento.
Si en estos momentos el debate consiste en dos únicas salidas, nos quedamos muy tocados. ¿Más mascarillas y más confinamiento son las soluciones mágicas, puesto que la vacuna va a tardar? Si ya pasamos tres meses de encierro, va a ser muy poco digerible volver a las cuatro paredes de cada casa con las únicas salidas al supermercado, los guantes, el gel desinfectante, el distanciamiento social hasta la exasperación. ¿Y cómo hacer para contener los brotes que se multiplican aquí y allá, si los ciudadanos ya están quemados con tanta renuncia a la movilidad? El virus nos ha quitado un año para viajes e ilusiones, pero lo peor estará por venir: el 2021 también está en peligro. Las vacunas tardarán en llegar, y el negocio será para las farmacéuticas.
Lo peor sería corroborar que, después de tanto sacrificio y de tanta renuncia, el esfuerzo ha servido para poco puesto que los rebrotes saltan sin que las llamadas a la responsabilidad individual y colectiva sean suficientes. La economía planetaria patas arriba, y los peores vaticinios. Ni los políticos ni los que gobiernan los grandes intereses se ponen de acuerdo en arbitrar soluciones, es como si cada cual emprendiera aquel lema de sálvese quien pueda. Es lo mismo que sucede en la Unión Europea: los ricos del norte, calvinistas ellos, elogiadores del trabajo y del ahorro, desconfían de los pobretones del sur, en su mayoría partidarios de la Contrarreforma y del Papado que no supieron fortalecer sus economías más allá del elogio de la política cortoplacista, la mala gestión y las corruptelas habituales. Un debate de difícil solución, como se verá en los próximos tiempos. Y nosotros aquí pendientes de la subvención.
El homenaje a las víctimas estuvo ubicado dentro del ideal constitucional del laicismo, ausente de los antiguos recursos, los inciensos y las liturgias. Austero y funcional, aunque nunca sabremos cuántos muertos hubo porque los sistemas de recuento se han quedado en babia. Ahora habrá que reencontrar la lucecita que nos lleve al otro lado del túnel. Y el maldito virus riéndose de todos, porque algunos dicen que viene por el aire, otros piensan que se esconde bajo la alfombra para atacar cuando estamos desprevenidos. Y siempre previendo el próximo rebote, la oleada de septiembre, la oleada de noviembre, todas las oleadas que –ojalá me equivoque– están por venir.
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