Cultura y felicidad
En el año 2011 un grupo de investigación noruego concluyó, a través de un estudio publicado en el “Journal of Epidemiology and Community Health”, que las personas que habitualmente disfrutan de alguna actividad relacionada con la cultura (tocar un instrumento, pintar, asistir a conciertos, teatro o exposiciones,…) son más felices. En esta muestra en la que participaron 51.000 personas bajo la dirección de Koenrrad Cuypers se estableció de una manera contundente la influencia de la cultura en la sensación de felicidad y en la salud de las personas.
La búsqueda de fuentes de felicidad por parte del ser humano ha sido una constante a lo largo de toda la evolución, y con anterioridad a la realización de este estudio, ya fueron muchos los personajes históricos que quisieron buscar la relación beneficiosa que ejerce la cultura en la consecución de la felicidad o como generadora de pequeños placeres para el ánimo. Ya fuera en la antigua Grecia o de la mano de autores como Kant, Rosseau o Freud, la dicha y las inquietudes culturales han sido un binomio a explorar metódicamente.
Si además revisamos el último Informe de la Felicidad Mundial (que realiza la ONU y publicado en este 2016) que mide el bienestar de los ciudadanos de los diferentes países conforme a una serie de variables estadísticas y percepciones individuales, descubrimos que España ocupa el puesto número 37 de una lista encabezada por Dinamarca, seguida por Suiza, Islandia, Noruega y Finlandia. Es evidente que los criterios socioeconómicos juegan un papel fundamental en la percepción y sensación de felicidad, a pesar de lo que afirma John Helliwell (de la Universidad de Columbia Británica) y que reproduzco. “Centrarse estrictamente en el bienestar financiero puede oscurecer un cuadro más completo”. En cualquier caso, es curioso que en todos los países que lideran este ranking de felicidad las políticas culturales y la promoción cultural formen parte importante de la gestión pública y de la cotidianeidad de sus compatriotas.
Llegados a este punto, me atrevo a suscribir, sin ambages, que la relación entre cultura y felicidad es íntima e indisoluble. Pocas cosas nos pueden hacer más felices que el autoconocimiento y la cultura. Si caminamos a su lado comprobaremos cómo un sinfín de posibilidades se abre ante nosotros para desarrollarnos, compartir y encontrar nuevas vías de aprendizaje, desde la libertad. Precisamente, por esta razón considero que si la cultura nos hace felices, los espacios culturales, por consiguiente, son espacios para la felicidad. Espacios en los que al entrar colguemos en el perchero de la entrada la pesada mochila que cargamos cada día y que al recogerla al salir la notemos con más ligereza. De ahí la importancia de la inclusión de la felicidad en la gestión de la promoción cultural. Pasar por alto esta cuestión sería, a estas alturas, imperdonable. Porque…¿a qué aspira todo ser humano si no es a ser feliz?
En 1952, Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn recopilaron una lista de 164 definiciones de cultura. Ante tanta variedad es probable que encontremos alguna a medida de cada cual. No obstante, conviene recordar que el término nace del latín cultus , que proviene de cultivar, y no necesariamente sólo aquello que proviene de la tierra sino aquello que cultivamos dentro de todos y cada uno de nosotros, que nuevamente nos conduce a la felicidad.
No nos debería extrañar que un futuro no muy lejano al acudir al especialista de la salud aparte de recetarnos una ayuda farmacológica nos prescriba la lectura de un libro, una exposición, un concierto, unas clases de danza o pintura, teatro,… Al fin y al cabo, sus efectos secundarios serán en cualquier caso placenteros y nos proporcionarán libertad. Probablemente cuando eso ocurra, España encabezará el Informe sobre países donde la felicidad manda.
