La realidad (no) puede esperar
¿Cómo hemos llegado a este punto? Me lo pregunto incansablemente en ese intento por encajar todas las piezas que componen este puzle desordenado llamado Cataluña.
A lo largo de todo este proceso he intentado incluso declararme independiente de cualquier información al respecto, viviendo en un apagón informativo. Pero créanme que cuando volví a conectarme, mis entendederas eran incapaces de tolerar tanto esperpento. Y no hay mayor esperpento, que ver a políticos convirtiéndose en una fuente inacabable de conflictos, cuando precisamente su función es la de generar soluciones.
Y no hay mayor dolor, que ver las imágenes que se produjeron ese dos de octubre, en ese extraño y triste domingo, en el que un presidente catalán arrojó a cientos de miles de personas a participar en una farsa, en un acto declarado ilegal, sin garantías. Y un presidente de gobierno, que bajo la excusa del cumplimiento de la ley, permitió y organizó una represión , claramente desmedida. Al final, todo esto nos lleva a los extremos entre los que hoy bascula la opinión enfrentada de la ciudadanía.
Por supuesto que reclamamos diálogo, entendimiento y responsabilidad, a unos y otros, parece mentira que tengamos que reclamar algo que presuponemos debe ser la base de toda relación humana. Diálogo, entendimiento y responsabilidad que existe en muchos sectores de la población, afortunadamente retratada en los medios de comunicación a lo largo de estos días.
Diálogo, hasta la extenuación, como el que existió en la negociación del Estatut Catalán promovido en el año 2006 por el Presidente de aquel entonces, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Unas complicadas negociaciones que el Partido Popular se encargó de hacer añicos presentando un recurso ante el Tribunal Constitucional, que mediante su sentencia de junio de 2010, desvestía al Estatut de gran parte de su contenido.
No nos merecemos ser testigos de tanta incapacidad, no nos merecemos que nos manipulen de esta manera. Somos muchas las personas que nos sentimos orgullosas de pertenecer a un espacio en el que poder convivir dentro del respeto y la diversidad, eso nos hace infinitamente ricos. Es tremendamente enriquecedor poder disfrutar de tantas singularidades, territorios, lenguas, costumbres, en un mismo país. Vivir en una isla es maravilloso, también lo es vivir rodeado de los olivos andaluces, la Costa Brava, la Rivera Sacra, El Valle del Jerte,… y es maravilloso poderlo expresar en catalán, euskera, gallego o español.
El poder del verbo generoso, ese que llega a manos del que quiere escuchar, es el que cimenta realmente una democracia tolerante. Porque la política es también el arte del predicamento, de la dialéctica que pisa el suelo, esa que convierte las palabras en hechos y las diferencias en diálogo. Mientras tanto, su hermana bastarda, la palabrería vacua, sigue inundando los atriles. Mientras tanto, hablemos de la independencia de Cataluña. La realidad puede esperar.