La guerra en Ucrania nos ha devuelto a esa época donde escaseaba la comida y se malvivía
El 24 de febrero de 2022 comenzaron los ataques de Rusia al pueblo ucraniano. Las primeras explosiones comenzarían en la madrugada, llegando a convertirse en una melodía constante del lugar. El miedo, la muerte y la desesperación originaron una partida donde, para sorpresa de nadie, no habría un ganador.
“Los años 90 fueron duros Ucrania. La gente que se podía ir, lo hacía. Todos buscamos una vida mejor para nuestras familias”. Con estas palabras, Inna Talish, ucraniana residente en Canarias comenzaba a relatar la migración desde su lugar de origen hasta nuestras islas.
La guerra que ha estallado hace casi un mes, le ha devuelto a esa época donde escaseaba la comida y se malvivía. Los pocos víveres que llegan y la cantidad de bocas que alimentar, agravan un problema al que nadie da solución.
El pueblo resiste, los padres de Inna se lo dicen cada vez que hablan con ella: “somos patriotas y si vamos a morir, que nos aplasten con el techo de nuestra casa”. Un ideal que no hemos parado de ver en los medios, ya que el país ha creado un muro de resistencia que Rusia no se esperaba.
“Putin no se creía que todos nos uniéramos. Es verdad que tenemos problemas y nos enfadamos entre nosotros, pero ahora no puedo estar más orgullosa de ser ucraniana. Hemos creado una sociedad libre”, comenta con suficiencia la entrevistada.
Reino Unido y Estados Unidos fueron los primeros en mover ficha, ordenando la evacuación de todo su personal en la zona de conflicto; de hecho, fueron los americanos quienes advirtieron el movimiento de las fuerzas rusas a sus aliados de la OTAN.
El presidente ruso, que no cede en sus pretensiones, se está comenzando a quedar sin apoyos. Aunque Venezuela o Siria han reforzado los actos del mandatario, muchas piezas claves están comenzando a retirarse, conforme van llegando las sanciones económicas del continente europeo.
La tensión crece y Europa ha instado a Putin ha que se siente a negociar un alto el fuego. El borrador que se ha puesto sobre la mesa pide que Ucrania deje salir a las tropas invasoras de forma pacífica o que realice un desarme, algo que no agrada a propios y extraños.
La indignación de Inna Talish es latente: “viniste a mi país, mataste a la mitad de mi población, ¿y quieres qué nos rindamos? Nosotros queremos ayuda para recuperar el país y que las sanciones a Rusia sean eficaces. Lo del borrador es una barbaridad”. Según datos, más de 3 millones de personas ya han huido del conflicto.
La propia entrevistada alza la voz y relata los abusos que se están cometiendo. Saqueos, robos, violaciones y torturas a la gente del lugar por parte de los soldados rusos. El aumento del conflicto es palpable, y ni siquiera los combatientes del país invasor pueden volver. Les matarían por traidores.
“Lo que hacen los demás países es mandarnos armas para que luchemos por nuestro territorio y por la libertad, pero quien pierde la vida somos nosotros. Necesitamos ayuda para reconstruirnos y volver a ser quiénes éramos”, argumenta Inna, que añade que las tropas rusas tienen armamento antiguo, que apenas funciona, además de una comida caducada desde 2015.
Los corredores humanitarios es otro tema delicado, ya que no se están respetando y siguen siendo atacados; de hecho, la ayuda humanitaria que se manda suele ser interceptada por personas afines al líder ruso, evitando que lleguen al punto de destino.
El ambiente en Ucrania, que parece que a veces se olvida quien es el verdadero afectado, es el de un país desolado y olvidado por sus vecinos más próximos de occidente. Desde 2008, la guerra era una posibilidad que cada día aumentaba sus probabilidades hasta que, sin previo aviso, se hizo realidad.
El miedo de una futura guerra nuclear está llevando el ritmo de unas negociaciones que no avanzan y que, por lo que se prevé, serán largas y tediosas. Pero el tiempo corre, y las vidas se pierden, algo que no parece preocupar a los responsables de poner fin a esta masacre.
Las muestras de apoyo han sido constantes en todas las partes del mundo, inclusive, desde muchos organismos canarios, aunque eso no ha sido suficiente para Inna: “He estado en varias manifestaciones y solo había gente ucraniana. Es verdad que somos pocos, pero yo no veo al pueblo canario”, lamenta.
Las cosas que pasen a partir de hoy dependerán de Europa, y de su capacidad para gestionar una guerra que, al parecer, se le está quedando grande. La falta de alternativas, unas sanciones que parecen no surtir el efecto deseado y el movimiento migratorio masivo de la población ucraniana están marcando un comienzo de año difícil de digerir.