La sombra del farfullero
Enroñado, encochinado, caliente, amulado, arrebatado, cabreado, encabronado, son algunas de las expresiones que utilizamos por estas latitudes para referirnos a que estamos enfadados. Y es que en los tiempos que corren, parece ser más que necesario contar con una buena ristra de sinónimos que nos permita compartir los berrinches varios a los que día tras día nos someten de manera incansable y, siendo mal pensado, de manera interesada.
El enfado es una emoción más y como el resto de emociones es susceptible de gestionar, siendo un elemento positivo para nosotros. ¿Pero qué pasa cuando otras personas o medios te enfadan, es decir gestionan tus emociones?
Basta darse una vuelta por las redes sociales o estar muy pendientes a las conversaciones que se dan en una cafetería por ejemplo, para darnos cuenta de la gran cantidad de energía que dedicamos a enfadarnos y enfadar. En muchas ocasiones incluso por cuestiones que no nos afectan, que son solucionables o incluso circunstanciales. Se trata de algo realmente contagioso.
En todos los casos hay un elemento, un asunto o un hecho que provoca el enfado. Un disparador que genera nuestra necesidad imperiosa de formar parte de ese enfado colectivo. Provocado, en la mayor parte de los casos, por alguien que conoce bien esos disparadores y que con generosidad pone al alcance de la sociedad, lo que valiéndonos del léxico canario podríamos denominar farfullero o ciberfarfullero en las comunicaciones virtuales.
Los profesionales de la psicología y la comunicación, advierten de los riesgos que corremos al hacer determinadas cuestiones cuando somos víctimas de un enfado. Nos dicen que no debemos conducir, estudios neurocientíficos aseguran que irse a la cama enojado supone lo mismo que pasar ocho horas despierto, no comer. Absolutamente prohibido colgar nada en las redes sociales o contestar un email hasta que no se haya pasado el cabreo. En definitiva, como decían nuestros abuelos y abuelas, contar hasta diez antes de tomar cualquier iniciativa.
Pero volvamos al farfullero o ciberfarfullero, que conoce perfectamente los efectos del enfado y la situación de vulnerabilidad ante la que nos sitúan casi siempre por un puñado de “likes” o notoriedad. Saben perfectamente que el enfado reduce nuestra capacidad de razonar, por lo tanto tenemos más opciones de equivocarnos a la hora de decidir. No siempre a quien buen árbol se arrima buena sobre le cobija. La sombra del farfullero siempre nos pondrá en la opción más radical, agresiva o incluso destructiva .
Cuanto más arrebatados estemos más distorsionada tendremos nuestra forma de percibir la realidad. Llegando incluso a traicionar nuestros valores éticos y nuestras convicciones, sencillamente porque no somos nosotros mismos.
Si no es buena idea conducir o responder un mail cuando estamos enojados y visto lo expuesto, ¿qué pasaría si lo que pretendemos es emitir nuestro voto en unas elecciones?. Probablemente bajo el efecto del enfado, tendremos más opciones de votar una alternativa que no nos representa, que no deseamos y que no proviene de la reflexión y el estudio de sus propuestas.
Los tiempos están medidos y todos los días nos dan nuestra dosis de disparadores para que sigamos contagiando el enfado y proyectándolo en sectores y cuestiones que verdaderamente poco o nada tienen que ver con el origen del problema. La misión es mantenernos ofuscados, en una estrategia en la que todo vale.
Enfadarse puede ser bueno, permitir que nos enfaden nos hace vulnerables. Se trata de una cuestión científica, allá por los años 60 el estadounidense Paul McLean elaboró una teoría, que aunque perfeccionada hasta nuestros días, explica nuestro cerebro y lo divide en tres sistemas neuronales. El tallo encefálico, el más primitivo vinculado a la defensa del territorio o la agresividad. El límbico, donde se encuentra la amígdala, relacionado con las emociones básicas (miedo, la ira, la alegría,…). Y por último el neocórtex que nos diferencia de los animales y que nos permite razonar. Si no somos capaces de gestionar el enfado, la amígdala se impondrá al neocórtex y estamos condenados a no razonar con frialdad.
Son numerosos los estudios y las investigaciones existentes a este respecto en internet, la Revista Europea de Psicología Social recoge los resultados de diferentes investigaciones que nos ayudarían a reforzar la idea o el interés de tenernos enfadados.
El mejor antídoto para no dejar que te enfaden es sencillo y asequible, sus efectos además beneficiosos para todos:
- Tomar consciencia de cuando verdaderamente tienes razones para enfadarte. No dejes que nadie de enfade.
- Calma y serenidad. Contrastar la información a través de varias fuentes. Identificar las más fiables.
- Pasear o distraerte, puede proporcionar un colchón que te permita ver las cosas con calma posteriormente.
- No compartir ni divulgar información que pueda contagiar el enfado.