Un fascismo edulcorado
Está leyendo el que creo que es el quinto artículo que escribo sobre este tema. Me genera una enorme preocupación el avance de la extrema derecha neonazi y neofascista en Europa y el seguidismo “obligado” de los partidos conservadores de sus mensajes para no perder a una parte de su electorado que abraza ese discurso. Se retroalimentan y nos van introduciendo en una espiral de xenofobia, racismo, aporofobia, islamofobia, odio y violencia. Y no es nuevo lo que está pasando. Ni es nueva la respuesta de una parte importante de la ciudadanía, que mira para otro lado o va asumiendo el mensaje.
En un artículo que titulé “Los miedos de Europa” y que escribí hace poco más de dos años (en junio de 2016) expresé que nos cuesta reconocer a esta Europa, aunque el Viejo Continente haya sido siempre un territorio de luces y de sombras. En Europa han convivido a lo largo de los siglos la civilización y la barbarie. Ha sido cuna de la democracia y de las grandes civilizaciones cretenses, griegas y romanas y también de bárbaros sanguinarios, feudalismos y guerras santas. Del Renacimiento y de las reformas y de cruentas guerras político-religiosas. De la Ilustración y los descubrimientos. De la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, pero también de nacionalismos excluyentes y de guerras mundiales devastadoras. De revoluciones y de involuciones. De dictaduras y de democracias. De nazismos y fascismos y de ejemplares democracias sociales. De absolutismos y de libertades…
Hoy esa bipolaridad nos está devolviendo a una etapa oscura y peligrosa. Por la extensa geografía europea crece cada año el viejo monstruo del fascismo o el nazismo transmutado en una extrema derecha populista peligrosamente excluyente. Hoy esta peste parda que se extiende gobierna, sostiene gobiernos o se sienta en la mayoría de los parlamentos de los países de Europa y su presencia crece en cada plebiscito electoral. Con La Liga Norte italiana y el checo Libertad y Democracia Directas como vanguardia, destacan por su populismo ultraderechista y, en muchos casos, por sus connotaciones fascistas o neonazis, el Partido Popular Danés (DF), Alternativa para Alemania, Frente Nacional de Francia, Partido del Pueblo Suizo (SUP), Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP) – en este país además existen el Britain Firts, el National Action o la Liga de Defensa Inglesa-, Demócratas Suecos (SD), Ley y Justicia (PiS) de Polonia, Verdad y Vida o Movimiento por una Hungría Mejor, Partido Liberal de Austria (FPÖ), Vlaams Bezang, de Bélgica…
Han conseguido incluso conformar en el Parlamento de Europa un grupo propio (Identidad, Tradición, Soberanía) y Steve Bannon, ex estratega de Donald Trump, anda en estos momentos por Europa intentando aglutinar bajo el nombre de El Movimiento a todos los partidos de extrema derecha de este Continente.
Glyn Ford, eurodiputado laborista por el Sudoeste de Inglaterra, es el Presidente de la Comisión de investigación del Parlamento Europeo sobre el aumento del racismo y el fascismo en Europa. Fue miembro de la Comisión Consultiva del Consejo de Ministros sobre el Racismo y la Xenofobia y de la delegación que envió la Unión Europea a la Conferencia Mundial contra el Racismo celebrada en Durban. También ocupó el cargo de tesorero nacional de la Anti-Nazi League. En la publicación trimestral de Naciones Unidas, Crónica ONU, nos dejó este mensaje para la reflexión: “El fascismo causó estragos en Europa en los años treinta, y cuando acabó la segunda guerra mundial, en 1945, los vestigios de los partidos de extrema derecha volvieron a hacer aparición en los márgenes de la escena política. En los años ochenta, cuando todo aquello había comenzado a caer en el olvido, algunos de esos partidos empezaron a nutrirse de votos de protesta al desatarse la polémica en torno a la inmigración, avivada por la prensa sensacionalista en busca de noticias fáciles. En el nuevo milenio el panorama ha cambiado radicalmente en Europa con el nuevo racismo político. En primer lugar, la conspiración judía y la negación del Holocausto han dejado paso al choque de civilizaciones y al fundamentalismo islámico. En segundo lugar, los partidos fascistas tradicionales de derechas han optado por moderar su mensaje y el perfil de sus simpatizantes y profesar un “fascismo edulcorado”. Los que antes eran partidos puramente fascistas son ahora partidos populistas de derechas cuyos adeptos constituyen una variada grey que engloba desde personas de ideología fascista hasta racistas, xenófobos y los blancos alienados de clase trabajadora. Ahora se expresan en términos de nación, tradición, soberanía y comunidad, en vez de eugenesia, exterminio y patria. En tercer lugar, estos partidos intentan deliberadamente reducir las diferencias que los separan de los partidos democráticos tradicionales rebajando el tono de su discurso, al tiempo que los partidos tradicionales se apropian de esas expresiones de gran efecto con fines electorales y propician así que el nuevo lenguaje racista se deslice en el discurso moderado. Alimentados por la expansión de Europa hacia el Este, que no ha contribuido a fomentar la tolerancia, los prejuicios reprimidos durante decenios por los regímenes comunistas han vuelto a aflorar y sirven de argumento a nuevos y estrafalarios políticos y partidos de ideología racista, xenófoba e intolerante”.
Ese auge de las organizaciones xenófobas en la última década en Europa se basa, en la mayoría de las ocasiones, en el discurso del miedo al extranjero. Ignacio Ramonet señala en un artículo editorial de le Monde Diplomatique titulado “Los nuevos miedos” que “En la historia de las sociedades –explica el historiador francés Jean Delumeau–, los miedos van cambiando, pero el miedo permanece”. Y en lo que llevamos de siglo XXI Ignacio Ramonet destaca los que tienen que ver con epidemias de carácter sanitario, afecciones del cambio climático y “a excepción del terrorismo yihadista que continúa golpeando a las sociedades occidentales, los nuevos miedos son más bien de carácter económico y social (desempleo, precariedades, despidos masivos, desahucios, nuevas pobrezas, inmigración, desastres bursátiles, deflación)”. Y, como planteaba un editorial de El País de hace unas semanas esta estrategia neonazi xenófoba pretende utilizar las dificultades del presente para reivindicar un pasado que no podemos permitir que vuelva. Y, claro, se agarran a ello para atemorizar a la ciudadanía europea y captar adeptos.
Y contaminan a las fuerzas conservadoras tradicionales. Es lo que impulsó a principios de agosto Albert Rivera y Pablo Casado a acudir a Ceuta para, decían, apoyar a las fuerzas de orden público que actuaban en la zona controlando la llegada de emigrantes desde la frontera con Marruecos. La misma escenificación del ministro italiano de la Liga Norte Salvini en su visita a Lampedusa durante la gran crisis de los refugiados en Italia. Y los mismos mensajes: “están llegando millones”, “quitan el trabajo a la ciudadanía local”, “deterioran los servicios públicos sanitarios o sociales”, “generan inseguridad y aumentan la criminalidad”, “socavan la identidad europea y cristiana”, “provocan un efecto llamada”, alentado además por los que nos solidarizamos con situaciones dramáticas como la del Aquarius (y se inventan una visita de Pedro Sánchez a Valencia para recibir el barco…).
La Red Española de Inmigración se mostró contundente juzgando la visita de Pablo Casado a Ceuta y sus declaraciones en este marco. Consideró que el nuevo presidente del Partido Popular, ha dado un “giro lepenista”, en relación a la política francesa Marine Le Pen, y lo comparó con la extrema derecha europea “de Italia o Hungría” después de que el líder popular afirmase que “no es posible que haya papeles para todos”. “Las palabras de Casado confirman la alineación del Partido Popular español con la derecha extrema de Italia o Hungría, al intentar mandar un mensaje de miedo y estado de potencial sitio hacia la población, exactamente en la misma línea que el Ministro Salvini, que bajo la pretendida situación de invasión, busca fomentar la insolidaridad”. La Red recuerda que en Madrid residen un millón de migrantes perfectamente integrados y que el PP tuvo que ser condenado por no cumplir los acuerdos de repartos de refugiados y por anular los fondos para la integración de personas migrantes, no llevar a término los procedimientos para el asilo de más de 32.000 personas y reducir en un 70 % los procesos de nacionalidad con personas que llevan más de 10 años trabajando en este país. No nos puede extrañar entonces que el Consejo de Europa en su informe sobre el racismo en España haya señalado a los políticos del PP Xavier García Albiol y Javier Maroto como ejemplos de políticos xenófobos.
El miedo y la desigualdad propiciada por el capitalismo más salvaje alientan la alarmante mirada de Europa hacia unos momentos peligrosos de mitad del siglo pasado. No dejan de aumentar los que se dejan llevar y los que se aprovechan de la situación. Y nos vamos, poco a poco, encaminando hacia modelos democráticos iliberales, hueros, de bajo contenido democrático, identitarios y religiosos excluyentes… Y vamos asumiendo la disminución de libertades y de derechos. Y se van legitimando con elecciones y con votos que ya no cuestionan esas políticas sino que las avalan. Conocemos la Historia y vemos cómo se repite, pero, como en aquella ocasión, los que pueden cambiar el curso de las cosas miran para otro lado. Casi nada el reto que tiene ahora mismo Europa: más democracia y justicia social o más nazismo y fascismo.
PD. Escribí este artículo a principios de agosto. Durante este tiempo hemos podido observar el repunte del movimiento neonazi en Alemania empoderándose de la calle y hemos comprobado el auge la extrema derecha en Suecia, otrora bastión de la socialdemocracia europea. Los resultados de las elecciones suecas del pasado domingo día 9 de septiembre lo confirman: la extrema derecha sueca, con cimientos neonazis, ha subido cinco puntos y se convierte de facto en árbitro para formar gobierno. Otro aviso. También hace unos días el PP español –en su deriva populista- quebró la unidad del grupo Popular en el Parlamento Europeo absteniéndose en la votación en la Eurocámara de reprobación del presidente ultraderechista húngaro Viktor Orbán.