De sillas, tronas y poltronas
En las últimas semanas hemos asistido en Santa Lucía a un auténtico revuelo político y hemos sido testigos de pactos que hasta hace apenas unos meses la ciudadanía creía “imposibles”.
Años de enfrentamiento, político y personal, parecen haber desaparecido, pero… ¿es realmente así? ¿o solo hay interés en conseguir un sillón? ¿Qué tiene ese sillón que ha logrado que surja este enamoramiento “repentino”’. Tal vez, encontremos la respuesta indagando en la historia.
Tenemos que remontarnos al siglo XIV a.C. para encontrar la primera referencia de una silla, en este caso la perteneciente al joven emperador egipcio Tutankamón, realizada en madera y oro, repleta de jeroglíficos y alusiones a la mitología egipcia y utilizada para las ceremonias en las que tomaba parte el emperador.
Hasta el siglo XVI, momento en el que se comenzó con la trivialización de este objeto, era un elemento vinculado al poder, la opulencia y la riqueza. Elaboradas con materiales nobles como el marfil, el mármol, metales preciosos y ornamentadas acorde con los gustos exclusivos de cada época.
Es por lo que, atendiendo a su evolución se puede establecer que desde el siglo XIV a.C. la silla ha sido un símbolo vinculado al poder y por tanto anhelado por aquellas personas con ambición desmedida. La historia está repleta de acontecimientos propios de las crónicas más amarillas por conseguir el poder implícito que lleva este objeto que tanto descanso y comodidad nos proporciona hoy en día.
23 puñaladas fueron las que se encargaron de evitar que el emperador romano Julio Cesar continuara ocupando “la silla” ante el miedo de sus senadores a que les restara poder. Lincoln o el Archiduque Francisco Fernando de Austria, entre otros, también fueron víctimas de la seducción del poder que representa la silla.
No obstante, la silla, ajena a todos estos aconteceres ha continuado con su evolución. Las hay de rejillas, de plástico, de madera, de metal, de metacrilato, con respaldo o sin él, con o sin reposabrazos, incluso la silla “de quien fue a Sevilla”. Sin embargo, hasta en nuestros días hay sillas que no se encuentran al alcance de todos, como las sillas exclusivas de diseño y aquellas que representan el poder.
Estas últimas pueden llegar a ser muy confortables y apetecibles. Es cuando empezamos a denominarlas sillones o poltronas. Paralelamente al proceso de sofisticación en la elaboración de este objeto, se han desarrollado estrategias menos invasivas y más discretas para lograr el poder que representan estas confortables posaderas, que las que padeció por ejemplo Julio Cesar.
Ahora, a través del juego de la política, es importante ocultar el interés por llegar o mantener la poltrona para ello es fundamental la negación de la intención y la elaboración de un discurso que aleje cualquier sospecha al respecto, utilizando por ejemplo el muy recurrido “interés general” y toda una suerte de perífrasis verbales en las que es importante revertir la sospecha sobre que son otros quienes tienen el interés en el poder. En definitiva, la política hoy en día tiene mucho de esto, una partida de ajedrez en las que las fichas se mueven con el objeto de conseguir la tan preciada silla.
Como el pasado, el presente también nos ilustra con generosidad en ejemplos en los que la realidad a pesar de ser negada insiste. En los que los argumentos dicen una cosa y las acciones ponen de manifiesto todo lo contrario. Para quienes somos conscientes de esas acciones, las interpretamos y obtenemos conclusiones, está claro que estas actitudes y quienes las llevan a cabo no merecen digna silla, sillón o poltrona, sino más bien una trona en la que alimentarse de reflexiones, madurez y respeto.
Tal vez, sólo tal vez, si seguimos el hilo de esta reflexión que comparto, sería necesario substituir en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Santa Lucía algunos sillones por tronas, en las que poder reflexionar, madurar y respetar.