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Soberanía Canaria

Canarias pierde soberanía: empresas locales cambian de manos

En Canarias estamos viviendo un momento que debería hacernos reflexionar. Una tras otra, empresas que formaban parte de nuestra vida cotidiana están pasando a manos de grandes grupos de fuera. Supermercados, navieras, empresas de transporte, piezas clave de nuestro día a día dejan de estar en manos canarias y pasan a ser gestionadas por los coleguitas de afuera.

El precio de vender lo nuestro

El caso de los supermercados HiperDino, el intento de compra por parte de Carrefour, no es un asunto menor. Hablamos de la empresa que lidera la alimentación en nuestras islas. Si se vende, decisiones tan básicas como qué productos llenan nuestras neveras o a qué precio compramos cada día se tomarán fuera de Canarias. Lo mismo pasó con Naviera Armas en el mar y con Canarybus en la carretera. Tres sectores esenciales: comida, transporte marítimo y terrestre. Tres áreas que marcan nuestra vida diaria. Y las tres, cada vez más, en manos foráneas.

¿Dónde queda la soberanía económica de Canarias?

Estos movimientos empresariales plantean dudas profundas sobre la soberanía económica canaria. ¿Qué entendemos por soberanía canaria en el siglo XXI? No se trata de fronteras ni pasaportes, sino de la capacidad real para decidir sobre nuestro modelo de vida y desarrollo. En términos prácticos, abarca conceptos como soberanía alimentaria, energética, fiscal o industrial. Que Hiperdino (responsable de distribuir buena parte de los alimentos que consumimos a diario) pase a manos foráneas afecta a la soberanía alimentaria: podría implicar que decisiones sobre qué productos se venden (¿papas de nuestras fincas o patatas importadas?), a qué precio y con qué proveedores se tomen desde París o Madrid, y no desde Las Palmas. Actualmente, Canarias importa alrededor del 90% de lo que come; por eso en los últimos años se ha hablado mucho de impulsar la producción local y la soberanía alimentaria para reducir esa dependencia. La hipotética venta de la cadena líder de supermercados a una multinacional parece ir en dirección contraria a ese objetivo, generando preocupación en agricultores, ganaderos y pescadores locales, que temen ser desplazados por proveedores peninsulares o internacionales con más músculo.

Lo mismo ocurre con la soberanía energética (el control de la energía que consumimos), la soberanía del transporte o la soberanía fiscal. Canarias históricamente ha tenido un fuero económico y fiscal propio -hoy plasmado en el Régimen Económico y Fiscal (REF)- que le permite, por ejemplo, impuestos más bajos y ayudas estatales y europeas específicas por nuestra lejanía e insularidad. Este conjunto de singularidades, logradas a lo largo de siglos de historia, son parte de nuestra autonomía dentro de España. Cada vez que una decisión económica estratégica escapa de las manos canarias, esas palancas de soberanía local se debilitan un poco más.

No es la primera vez que se libra esta batalla. Hace más de 500 años, los antiguos reinos indígenas de las islas negociaron con la Corona castellana condiciones para integrarse sin perder su esencia: el célebre Pacto o Carta de Calatayud de 1481, firmado por el líder canario Tenesor Semidán (Fernando Guanarteme) con los Reyes Católicos, garantizó durante un tiempo ciertos derechos y autogobierno al pueblo canario. Gracias a ese pacto, Canarias mantuvo instituciones propias (los cabildos, una Audiencia territorial), una fiscalidad diferenciada, e incluso moneda propia hasta el siglo XVIII, algo impensable en otros territorios conquistados. Con el paso de los siglos, especialmente a partir del siglo XVIII, muchos de esos privilegios se fueron erosionando bajo políticas centralistas, pero nunca desapareció la idea de que Canarias debía conservar cierto control sobre su destino. Esa idea pervive hoy: la vemos en la lucha por el REF, en las bonificaciones al transporte, en las ayudas a la producción local o en las demandas de mayor autonomía para gestionar nuestros recursos.

¿Por qué preocupa el centralismo de la ultraderecha?

Las operaciones como las de Hiperdino o Naviera Armas ocurren en un contexto político delicado. Mientras Canarias debate cómo proteger su economía local, en el panorama nacional surgen voces que apuestan por recentralizar el poder. En especial, desde la ultraderecha se ha defendido abiertamente la idea de debilitar o incluso suprimir las autonomías para que todas las decisiones se tomen desde Madrid.

Si eso ocurriera, ¿Quién decidiría sobre nuestros puertos, aeropuertos, impuestos o comercio? Una recentralización férrea podría poner en riesgo conquistas históricas que Canarias ha logrado con mucho esfuerzo: desde ventajas fiscales propias hasta políticas específicas de transporte, vivienda o empleo adaptadas a nuestra realidad insular.

El peligro está en que, si además de perder empresas locales, cedemos también poder político, el centro de gravedad de las decisiones se alejará aún más del ciudadano canario. En la práctica, podríamos convertirnos en simples ejecutores de órdenes tomadas a cientos o miles de kilómetros, sin margen para defender nuestras necesidades particulares.

Basta mirar lo que ha pasado en otros territorios: algunos han sabido frenar la entrada de multinacionales para proteger a sus empresas locales. En Canarias, en cambio, no vemos esa misma respuesta. Y aquí surge la pregunta: ¿un modelo centralista estaría dispuesto a defender lo nuestro? Todo apunta a que no.

En definitiva, el centralismo de la ultraderecha no conviene a Canarias, porque trata igual a lo que es muy diferente. Nuestra condición insular y nuestra dependencia del mar y del aire hacen que necesitemos reglas propias para sobrevivir. Si no defendemos esa diferencia, otros decidirán por nosotros, y lo harán pensando en sus intereses, no en los nuestros.

¿Cómo afecta el modelo turístico y la falta de industria?

¿Por qué Canarias se encuentra en esta posición tan vulnerable? En gran medida, por haber puesto casi todas las manzanas en la misma cesta: el turismo. Durante décadas se descuidó la creación de un tejido industrial, tecnológico o alternativo fuerte. ¿Cómo es posible (se preguntan muchos) que miles de jóvenes canarios altamente formados en ingenierías, informática, audiovisual o energías renovables no encuentren oportunidades acorde a su preparación en su tierra? Cada año, universidades y centros de formación del archipiélago gradúan a jóvenes residentes que termina emigrando o conformándose con empleos precarios fuera de su sector, porque Canarias no ha desarrollado suficientes empresas tecnológicas o industriales para absorberlos.

Esta situación es especialmente visible en zonas del sur sureste de Gran Canaria como Maspalomas y Mogán, epicentros turísticos donde la economía gira casi por completo en torno a hoteles, restaurantes y servicios al visitante, mientras que en lugares como Vecindario, Agüimes o Ingenio miles de vecinos bajan cada día a trabajar en ese mismo sector. Son motores de empleo, sí, pero muy estacionales y vulnerables a crisis externas. La pandemia de 2020 fue el ejemplo más duro: con los vuelos parados, el archipiélago quedó en jaque económico al desplomarse el turismo. Pero no solo hablamos de trabajo: en el sur se acumulan también problemas de acceso a la vivienda, inseguridad, delitos, pérdida de identidad comunitaria y falta de derechos laborales sólidos. Todo ello demuestra que la dependencia económica del turismo no solo condiciona nuestra soberanía, sino también la vida social de quienes sostienen con su esfuerzo diario este modelo. Hoy, muchos ciudadanos están cansados de la dependencia absoluta del turismo, un sector donde la inversión y las grandes decisiones también suelen venir de fuera (turoperadores internacionales, aerolíneas extranjeras, cadenas hoteleras peninsulares o globales). Diversificar la economía no es un capricho, es una necesidad de supervivencia.

Para lograr una soberanía productiva real, Canarias tiene que abrirse de verdad a otros sectores. No basta con pequeños pasos: necesitamos atraer a las grandes empresas del mundo tecnológico y digital. Que nombres como Google, YouTube, Facebook o cualquier gigante de la innovación miren hacia Canarias y vean un lugar donde instalarse, invertir y crear empleo de calidad. Aquí hay miles de jóvenes preparados, con carreras técnicas, que solo piden una oportunidad para demostrar su talento sin tener que marcharse. Tenemos clima, conectividad, talento y ganas. Falta la decisión política y social de despertar ese interés y de luchar por una industria que complemente al turismo. Porque solo así podremos garantizar que las próximas generaciones encuentren en Canarias un futuro digno y no dependamos únicamente de si llegan más o menos turistas cada temporada.

¿Y ahora qué?

La pregunta es clara: ¿vamos a seguir vendiendo nuestras empresas y nuestro futuro a quien ponga más dinero encima de la mesa? O vamos a apostar de verdad por defender lo nuestro: soberanía alimentaria para producir y consumir más en Canarias, soberanía en el transporte para decidir cómo se conectan nuestras islas, soberanía industrial para dar salida al talento de nuestros jóvenes.

La soberanía no es un concepto abstracto. Es que mañana no dependamos de si en una oficina de París o de Madrid deciden cerrar una ruta marítima, cambiar proveedores locales por productos importados o ajustar plantillas sin pensar en las familias canarias. La soberanía es poder mirar a nuestros hijos y decirles: “aquí tendrás un futuro digno”.

En conclusión, Canarias se encuentra ante un momento decisivo. Las ventas de Hiperdino, Naviera Armas o Canarybus son más que operaciones empresariales: son un síntoma de un modelo en el que el capital foráneo manda y el local cede. Pero también pueden ser un catalizador para el cambio: un recordatorio de la necesidad de mirar hacia adentro y fortalecer nuestra autonomía económica, fiscal, industrial y alimentaria. El pueblo canario ha demostrado a lo largo de su historia una enorme capacidad de resistencia y adaptación. Ahora, ante los desafíos de la globalización y el centralismo, toca de nuevo alzar la voz y defender lo nuestro con orgullo. Canarias ya perdió demasiado control en el pasado. Ahora toca preguntarnos: ¿vamos a repetir la historia o vamos a defender lo poco que nos queda?

La respuesta debe ser clara: Un Canario no se rinde, un Canario lucha.

Escrito por:

Yair Rodríguez Pérez

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