Ruido en las aulas
En un momento de la historia de la educación en el que nos bombardean con metodologías diversas, todas bienvenidas y siempre dispuestas a ayudarnos en el noble y complejo arte de educar, quizás sería necesario cuestionarnos el orden de las cosas.
Cierto es que la relación profesor/a-alumno/a, por suerte, ha cambiado y el miedo está ya bien lejos de los espacios educativos. Es más, como docentes, hemos logrado establecer vínculos de corazón a corazón con ellos/as, quienes -más allá de asimilar conceptos y manipular contenidos- necesitan ser escuchados/as, comprendidos/as y tenidos en cuenta. En realidad, todos/as lo necesitamos.
Por tanto, hemos entendido que su participación en el aprendizaje es fundamental para que este se dé de forma real y significativa o, lo que es lo mismo, para que perdure y algún día, en algún punto del singular sendero de cada persona, sirva para algo. Es más, poniendo mayor sensibilidad en el acto de educar, hemos logrado darnos cuenta de que su aportación es esencial, logrando evidenciar que esto del aprendizaje no es un hecho uni-direccional.
Me atrevo a escribir en estos términos porque, como docente, lo vivo en mi propia piel y como compañera me consta que pocos/as docentes existen (no he conocido a ninguno/a) a los que no les interesan las personas con las que trabajan. Siempre buscando recursos, inventando fórmulas para despertar la curiosidad, siempre tratando de lograr que se sientan bien y siempre queriendo sorprender (con mayor o menor acierto). Siempre estudiando otras maneras de explicar porque 3 alumnos no entendieron nada, 10 lo hicieron a la mitad, otros 10 lo captaron tan rápido que comenzaron a aburrirse y 7 no están motivados o no han encontrado razón para hacerlo todavía. Siempre tratando de dar lo mejor que se tiene y nunca rindiéndose. Estos/as son los/as docentes que tenemos en nuestra escuela, estos son los/as docentes que somos y, sinceramente, yo no quiero otros.
No quiero otros, pero sí quiero que nos quieran bien. Quiero que se nos escuche y, además, quiero que nos comprendan, no tratándose de un capricho. Resulta que somos los encargados de velar por uno de los pilares básicos de la sociedad: la educación y lo hacemos con gusto y con un gran sentido de la responsabilidad (a veces parece necesario recordarlo).
Además, tenemos la certeza de ser las personas más indicadas para opinar sobre los problemas de nuestro campo y proponer soluciones (es más, estamos continuamente buscándolas). Opinamos, pero nos quedamos en la queja, en la expresión de nuestro sentir en las redes. No creamos espacios para organizarnos y mostrar nuestra fuerza y nuestro brillo como colectivo o, simplemente, la vida va tan deprisa que lo dejamos para más adelante. Lo grave está en que, en este postergar, los/as docentes hemos perdido mucho y la escuela ha perdido vitalidad, por mucho que -en ella- nos dejemos la vida. Así, con nuestra excesiva capacidad de adaptación, seguimos soportando lo que nos echen, demostrando a la administración que el sistema camina y olvidando que lo hace a costa de nuestra salud, de nuestra dignidad profesional y de la calidad educativa que nuestros/as alumnos/as merecen.
Y, en este punto, retomo lo de cuestionar el orden de las cosas, porque es muy bonito hablar de innovación, pero es decepcionante no poder aprovechar de verdad sus beneficios. Es frustrante no poder dedicar más tiempo a cada una de las personas a las que damos clase porque tenemos que atenderlos a todos/as (al menos un poco) y no debemos (ni queremos) dejar a algunos/as de lado. No podemos atender a las diversas necesidades en profundidad a pesar del intento. Vamos corriendo y no hay espacio, ni tiempo para detenerse porque tenemos a 30 alumnos/as más, unos objetivos que cumplir (aunque sea por encima) y muchos papeles que rellenar para justificar lo que hacemos, la inmensa mayoría, desvinculados de la práctica docente y sin ningún valor educativo.
Duele darse cuenta de que la dinámica del sistema invita a que te dediques a lo urgente y dejes de lado lo importante e indigna saber que hay muchos/as compañeros/as a la espera de trabajo disponibles para hacer una labor estupenda.
Quizás deberíamos trasladar la sensación de urgencia a nuestra Consejería de Educación porque urge revitalizar la escuela y las fórmulas para ello no pertenecen al terreno de lo utópico. Empecemos por disminuir nuestra ratio e incrementar las plantillas docentes, es la primera apuesta por la calidad de la escuela pública canaria, es el primer paso para construir una escuela con conciencia. Todo lo demás será bienvenido (cuando toque) y encajará sin sobresfuerzo y con oxígeno.