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Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social

Mentes salvajes en entornos domesticados

De acuerdo con la Teoría de la Evolución darwinista, los seres vivos de La Tierra se han desarrollado diversificándose a partir de diseños antiguos y agrupándose, por compatibilidad reproductiva, en especies. Así, los seres humanos, no siempre hemos sido como ahora, ni siempre hemos sido una única especie.

Con todo, nuestro diseño actual de homo sapiens aconteció hace más de 100,000 años, mucho antes de que se iniciara la civilización contemporánea y el modo de subsistencia sedentario. Nuestro modo específico de ser, nuestro extraordinariamente adaptativo organismo, por estar dotado de un enorme cerebro, surgió cuando todo el entorno era salvaje: nuestra compleja mente fue el resultado de una adaptación a la vida en plena naturaleza.

Ante la imposibilidad de analizar todos los datos del ambiente y dados los requerimientos de vivir a la intemperie y con múltiples depredadores al acecho, el tomar decisiones requirió de métodos necesariamente rápidos, informales e inconscientes. Pues, el pasar sed, el envenenarse al ingerir alimentos o el ser atacados por animales peligrosos eran cuestiones de alto riesgo, muy a menudo, por lo que estos procedimientos resultaron los más eficaces. Al fin de al cabo, el llegar a confundir el ruido y el movimiento del viento en el ramaje con la proximidad de una fiera era mejor que equivocarse en sentido contrario, que podía ser fatal.

No obstante, los sesgos cognitivos que caracterizan nuestro modo tendencial de razonar, como las suposiciones y otros atajos de inferencia, aunque nos ayudan a pensar más rápido y mejor, también pueden llevarnos a interpretaciones erróneas. Más aún en nuestros artificiales y convencionales entornos actuales, caracterizados por altos niveles de incertidumbre y de infinidad de situaciones más acá de la vida o la muerte.

Aunque su función primigenia fuera la de interpretar nuestras experiencias y anticipar acontecimientos rápidamente, una alta variedad de prejuicios mentales nos pueden llevar a tomar decisiones de modo ineficiente y a malograr nuestros objetivos. Como es la tendencia a ver series de hechos donde no las hay, interpretándolos en conjunto aunque no estén relacionados significativamente. Esto lleva, a menudo, a confundir las casualidades -que los sucesos ocurran juntos- con las causalidades -que unos eventos sean el fundamento de otros-. También, a aceptar, sin el contraste necesario, los datos que parezcan confirmar de nuestras creencias, mientras desconfiamos de los que puedan ponerlas en duda. Asimismo, somos reos de la disponibilidad en el acceso a los datos, tomando decisiones sin tener todos los precisos. Y cuando somos selectivos en nuestras observaciones, o nos centramos en las cuestiones específicas, podemos llegar a despistarnos de lo obvio.

A ello hay que añadir que nuestras emociones, por cumplir funciones clave en nuestra supervivencia, pueden llegar a influirnos intensamente y hacer más extremos y rígidos nuestros atajos mentales. De este modo, nuestros repertorios conductuales pueden quedar limitados a conductas impulsivas de ataque o huida injustificadas.

Con todo, estas cuestiones ya fueron reconocidas y tenidas en cuenta desde hace mucho tiempo, pues la nuestra es, también, una mente analítica y crítica. Y el remedio siempre ha sido el mismo: hacia afuera y hacia a dentro, ser tan rigurosos como sea posible en los procedimientos, como comprensivos con las ineludibles limitaciones de nuestra condición. Es decir, tomarse la vida con filosofía. ¡Falta nos hace!

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Source: Xavier Aparici Gisbert
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