La crisis de la socialdemocracia
La profunda crisis que está viviendo el PSOE, que tuvo uno de sus capítulos más penosos el pasado fin de semana durante la reunión de su Comité Federal, no puede reducirse a una lucha de poder. Más allá de las peleas entre el anterior secretario general y los barones y de las interferencias de los poderes económicos para intentar que el PSOE deje que Rajoy no abandone la Moncloa, conviene hablar del problema de fondo: cuál es el proyecto del PSOE. No quiero entrar en la vida interna ni en las luchas de poder del partido que hasta ahora ha representado la ideología socialdemócrata en España, porque entiendo que se trata de algo de más calado que sobrepasa el ámbito estatal. La realidad es que la socialdemocracia en Europa vive una situación de crisis desde hace décadas que se ha agudizado desde hace unos años con las políticas de austeridad de Bruselas.
Si realizamos un repaso histórico, nadie puede negar el importante papel que jugó la socialdemocracia europea en la segunda mitad del siglo XX en la extensión del Estado de Bienestar en la mayoría de los países de Europa occidental. También es cierto que en esa época del telón de acero hubo factores externos. Tras la Segunda Guerra Mundial, los países de Europa Occidental temieron que la simpatía hacia los partidos comunistas pudiera crecer si los trabajadores se veían privados de unos derechos que la URSS, una referencia de economía planificada, garantizaba a la clase trabajadora.
Los sindicatos aprovecharon ese temor de las burguesías para exigir más derechos. Así nació el Estado de Bienestar. Se ampliaron los derechos laborales y sociales. Para las organizaciones marxistas el capitalismo presentaba con esto un “rostro humano” que solo quería frenar la revolución. Para los partidos socialistas: los derechos sociales y la libertad convertían a los países de Europa Occidental en una sociedad mejor para la clase trabajadora que la que ofrecían los países comunistas.
Pero en la década de los 80 del siglo XX, con el ascenso al poder de Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos, se produjo el auge del neoliberalismo. Thatcher inició una guerra contra los sindicatos y los derechos de la clase trabajadora, mientras Reagan emprendía una guerra real en su “patio trasero”, en Latinoamérica, y promovía intervenciones militares y apoyos económicos a grupos paramilitares que se rebelaban contra los gobiernos que consideraba aliados de la URSS: Nicaragua, Guatemala, El Salvador… Con Thatcher y Reagan en el poder se fue más allá del anticomunismo, creían que también los partidos socialdemócratas y los sindicatos eran enemigos de la libertad, abrazaban la doctrina del ultraliberal Friedrich Hayek y rechazaban cualquier intervención de los gobiernos en la economía. La consigna era que en el mercado y la privatización de los servicios públicos y de la banca estaba la solución a todos los problemas. Aquellas políticas de privatizaciones y la desregulación del sistema financiero que desde entonces han estado promoviendo el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han provocado en las últimas décadas importantes crisis económicas en Asia, Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Y los mismos ultraliberales que rechazaban la intervención del Estado en la economía cuando no paraban de aumentar los beneficios de la banca y las grandes corporaciones, son los que utilizan el dinero público para salvar a los bancos y las grandes empresas cuando las cosas van mal dadas.
Pero la socialdemocracia ha tenido tantos enemigos dentro como fuera. Los dirigentes de los partidos socialdemócratas en la mayoría de los países europeos han ido virando hacia políticas liberales y privatizadoras. En Gran Bretaña la llamada Tercera Vía inspirada en los postulados del sociólogo Anthony Giddens fue asumida por Tony Blair durante su etapa al frente del Partido Laborista y del Gobierno británico. Esta misma semana Felipe Sahagún escribía en El Mundo sobre las consecuencias de ese viraje hacia el neoliberalismo: “La recuperación de los socialdemócratas en la segunda mitad de los 90 abrazando el neoliberalismo de la llamada Tercera Vía les permitió en 1999 llegar a gobernar en solitario o en coalición en 13 de los entonces 15 miembros de la Unión Europea, pero el encantamiento duró poco. Su reconversión les costó muchos votos y esa pérdida contribuyó a derrotas sucesivas en los 15 últimos años en Alemania, Suecia, Polonia, Italia, Holanda, Francia, el Reino Unido en 2010, España en 2011, 2015 y 2016, Portugal en 2011, y Finlandia y Dinamarca en 2015. La hemorragia continúa y la crisis en el PSOE español es sólo un nuevo eslabón de la cadena.” En el caso británico se viven vientos de cambio; el partido laborista británico tiene como líder desde septiembre de 2015 a Jeremy Corbyn, un antiguo sindicalista de izquierdas que se opuso a la guerra de Irak que colideró su antiguo compañero Tony Blair.
El profesor de la Universidad de La Laguna, Roberto Rodríguez Guerra, sitúa la crisis de la socialdemocracia a finales de los 60 y principios de los 70 del siglo pasado, antes de la llegada de Tony Blair al poder. En un artículo titulado “Del psoecialismo electoral español” señala que “poco a poco se va abandonando la confianza en aquel importante papel interventor y asistencial que se concedía al Estado o, lo que es lo mismo, por este camino la propia socialdemocracia europea no solo se olvida en realidad de la creación y desarrollo del Estado de Bienestar sino que –lo que es aún peor- contribuye decisivamente «a desmontar lo antes construido: el Estado de Bienestar». Cierto es que detrás de todo ello está la crisis económica de los setenta y los noventa, el Consenso de Washington, el Tratado de Maastrich, el Consenso de Bruselas o, en suma, la más que notable hegemonía neoliberal”.
Dejemos la historia, situémonos en el presente. ¿Cuáles son los retos de la socialdemocracia? Lo primero debería ser diferenciarse de los neoliberales en las prácticas políticas. No se pueden criticar en España las políticas de austeridad que se apoyan en Bruselas, y que además son aprobadas por comisarios europeos que militan en partidos socialdemócratas. Un estudio de la organización “Vote Watch Europe” que estudia los comportamientos en el Parlamento Europeo señala que el PSOE y Ciudadanos coinciden en el 84% de las votaciones en la Eurocámara, el PP y el PSOE están de acuerdo en el 75% de las ocasiones mientras que el PSOE y Podemos solo han coincidido en el 57% de los casos. Los socialdemócratas deben demostrar que lo son en su práctica política: combatiendo las políticas de austeridad, defendiendo el Estado de Bienestar, considerando los derechos sociales como prioritarios frente a los intereses del capitalismo financiero, combatiendo el fraude fiscal, defendiendo lo público frente a las privatizaciones de la sanidad y la educación… cuestionando el tratado de libre comercio…
Estas políticas son imposibles teniendo al Partido Popular como compañero de camino. Por eso entendemos y compartimos el No del PSOE a Mariano Rajoy y llamamos a un pacto amplio por la regeneración democrática. En Canarias también defendemos que el PP no entre en el Gobierno canario. CC y PP suman 30 escaños, los mismos que PSOE, Podemos, Nueva Canarias y la Agrupación Socialista Gomera. La suma de votos es notablemente superior con las siglas de izquierdas que la que da Coalición Canaria con el PP. ¿Seguirán los socialistas canarios mirando como único socio posible a Coalición Canaria, un partido del que no se fían? ¿Están dispuestas las fuerzas que se dicen progresistas y socialdemócratas a plantear una alternativa de progreso a los partidos conservadores que más tiempo han estado gobernando Canarias? Y ya puestos a lanzar preguntas ¿serán capaces los dirigentes del PP de Canarias de aplicar en las islas la receta que tanto recomiendan en Madrid y dejar que lidere el Gobierno canario el partido más votado, o sea, el PSOE? En el Cabildo de Gran Canaria hemos demostrado que tres partidos diferentes que defienden el Estado de Bienestar y la justicia social se pueden entender y pueden gobernar juntos. Lo dice el refranero popular: obras son amores y no buenas razones.