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“Nana para un volcán”

Parece que dormirse quiere, los bostezos y los ojos cansados en su oscuro rostro indican su designio de acurrucarse en un largo y profundo sueño entre sábanas tejidas de miedo, destrucción, lavas y lucha que darán paso, con el tiempo que todo lo cura, al olvido.

El monstruo sin ojos cierra sus bocas para dejar de engullir lo que encuentra a su paso. Su glotonería que parecía no tener fin le ha provocado hartazgo, una intensa indigestión tras devorar cuantos pasados, presentes y futuros encontró a su paso. A quien su estómago sacia con tales ingestas, difíciles digestiones le espera.

Está cansado, como el bebé que balancea su cabeza hacia el vacío tras ese pestañeo prolongado previo al sueño y del que despierta con un respingo al sentir el deslizamiento hacia los brazos de Morfeo en una especie de lucha perdida.

Es el momento de entonar una nana, que anime a nuestro monstruo a sumergirse en el sueño de sábanas negras. Un descanso profundo e infinito del que no pueda despertar jamás. Un sueño en el que se alimente de los recuerdos de lo grande que fue un día. Un sueño en el que se sienta suelo negro y robusto sobre el que se construye un nuevo cielo lleno de futuro.

Una nana para acunar el tremor y olvidar a su primo lejano, el temor. Una nana larga, de diez días, que le recuerde que del fondo de la tierra viene y allá, bien lejos y profundo, ha de volver. Cúbrete del manto del que nunca te debiste desprender, que con palabras e ilusión volveremos a pintar de verde el manto de la isla que tiznaste.

Una nana que en estos ocho corazones que nacieron gracias a tus hermanos en medio del Atlántico, son arrorró porque se cantan para secar lágrimas saladas, porque recoge la dulzura de los alisios, porque también somos volcán. Porque aquí cantamos a la esperanza con la confianza de que tras el sueño la vida que viene es mejor.

Un arrorró con el ritmo que marca la cuenta atrás de tu sueño definitivo con reloj de arena negra construido con los restos de tus antepasados, arena de playa negra dejada en la orilla por tu hermano, con el que cada fino grano que se precipita simboliza las ultimas gotas de sangre que te acunarán en tu sueño definitivo, volcán.

Arrorró, no derrames más lágrimas incandescentes. Arroró, mécete el corazón de una isla que nunca debió dejar de ser verde. Arrorró, descansa y duerme ligero. Arrorró, ojalá temprano podamos entonar “mi niño ya se durmió” y construir futuros sobre tus cenizas que serán de nuevo verdes, como la esperanza.

(Opinión) Julio Ojeda

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