MasNews

PEDERASTIA: LAS VÍCTIMAS TENEMOS QUE PERDER EL MIEDO.

Permítanme que me presente, me llamo Pablo Jiménez Gutiérrez y he querido, a través del periódico Maspalomas News, “dar la cara” ante los casos de pederastia.

No lo hago ya por mi, después de 51 años ya nada puede aliviarme del horror sufrido desde los 12 hasta los 16 años (1970-74).

Todo esto lo hago para intentar que estos hechos horribles no vuelvan a suceder a ningún niño o niña.

En mi caso ha sido por un sacerdote, pero leo en la prensa con mucha frecuencia de niños y niñas violados por sus padres, sus abuelos, familiares, amigos… y esto debe de parar ya.

Este artículo no va contra la Iglesia Católica, va contra los miembros que se esconden dentro de ella para abusar de menores. También es cierto que la falta de transparencia y de investigar los casos por parte de la Conferencia Episcopal Española, les hace “cómplices necesarios” para que este tipo de agresiones sexuales se sigan produciendo.

Para entender mi caso habría que remontarse a la educación sexual nula que recibíamos los niños de esa época, se podría decir que éramos “analfabetos sexuales”.

Desde que comenzaron las agresiones sexuales que este pederasta me hacia, yo me negaba a saber nada de sexo, no ponía el oído, rechazaba todo lo que tuviera que ver con la sexualidad, así fue que hasta los 15 o 16 años yo pensaba que los niños nacían por el ombligo de las mamás.

Afortunadamente en estos 51 años todo ha cambiado mucho y hay una mayor confianza entre padres e hijos, y viceversa.

Tengo 63 años (20-04-1958) y vivo en Gran Canaria desde hace 46 años, aunque todo lo referente a los abusos sexuales son en Santander, donde yo vivía por aquel entonces.

Me gustaría comenzar diciéndote como era “Pablito” en 1970. Un niño tímido, muy obediente, apocado y muy familiar…y con una nula educación sexual. Jamás se hablaban de esos temas en mi casa, era tabú pensar en hablar de ello con mis padres.

Cuando comenzaron las agresiones sexuales, yo, con 12 años, ya había desarrollado sexualmente, pero no sabía lo que eso significaba, como les digo estimados lectores, educación sexual nula.

Para saber de sexo “poníamos el oído” a lo que comentaban los compañeros más espabilados y nunca sabias lo que era verdad… así fue como hasta los 15 años, y ya en una Academia Militar y con uniforme, no supe que los niños no venían por “el ombligo”.

En septiembre del año 1970, con la edad de 12 años, fui a estudiar a la Filial nº 3 de Santa Lucia, dependiente del Instituto José María de Pereda en Santander.

Allí estuve tres años hasta finalizar el curso en junio de 1973.

En esta Filial (entonces totalmente masculina) el director era el sacerdote D. Raúl Poo Urresti, quien también impartía clases de Religión y Latín. Era Diocesano.

Al poco tiempo empezó mi calvario. Para dar las notas, a la mayoría se las daba en clase, a unos pocos en su “kiosko” (así llamaba a su confesionario en la Iglesia de Santa Lucia, donde estaba él adscrito y daba las Misas). A mí en cambio me dijo que tenía que ir a su casa a recogerlas.

Siempre iba a clase con dos amigos, Tiago y Javi. Me acompañaron a la casa de D. Raúl, este abrió la puerta y me acuerdo de que, quien siempre parecía un santo con sus gafitas redondas, se puso histérico gritando que era yo solo quien tenía que recibir las notas. Así pues, mis amigos se marcharon.

Ese día comenzó mi calvario y recuerdo perfectamente lo sucedido. A la derecha había un pasillo largo, él se puso a mi derecha y me cogió la mano. Al fondo estaba la habitación, a la izquierda de la estancia, según se entraba, estaba una cama individual, con una colcha verde oliva y el colchón era de lana. En la habitación había el retrato de una señora que creo era su madre, me parece (no puedo confirmarlo) que ya estaba muerta. También había muchos libros.

Ahí ocurrió la primera vez, yo estaba muy asustado y el ya comenzó a ser agresivo, si decía que no se ponía furioso, gritaba y se ponía rojo de cólera. Sentado sobre el camastro, el a mi derecha, comenzó su primera agresión sexual. Yo permanecí sentado, sin moverme, petrificado ante lo que estaba sucediendo y yo no era capaz de entender.

Jamás comenté nada de lo sucedido, ni a familia ni a amigos. Pero todo continuaba.

En clase me hacía salir a leer y se ponía por detrás mientras manoseaba mi culo, todos debían de verlo, no se cortaba un pelo a la hora de actuar. Nadie decíamos nada, parecía que entre todos teníamos un pacto de silencio y de ese tema era tabú para hablarlo, en definitiva, éramos unos niños.

Cuando había exámenes mis compañeros, creo que para protegerme, me ponían en el asiento del pupitre doble que daba a la pared. Él llegaba y me cambiaba al del pasillo mientras siempre, y eso era repetitivo, me ponía la mano entre la ingle y el muslo y seguía manoseando hasta llegar a mis genitales.

Las visitas a “recoger las notas a su casa” se siguieron produciendo, si bien es verdad que creo que a lo largo de algo más de tres años sería una treintena de veces, no podría concretar el número exactamente, pero sí que sus deseos sexuales fueron variando, y donde antes era felación (siempre el a mi) luego terminó siendo que él simulaba ser una mujer, se acostaba boca arriba en la cama, escondía sus partes hacia atrás y me pedía que simulara una penetración, algo que no sabía ni lo que era eso. Cualquier cosa que le contradijeras le hacía ponerse furioso, por eso entonces ya tenía pánico de su actitud. El ángel que parecía cuando daba clases, a solas era un demonio.

A veces me abría la puerta una señora, con cara de malas pulgas, toda vestida de gris oscuro, creo que era su asistenta. Al final pienso que su cara de “malas pulgas” era porque sabía todo lo que estaba pasando. La cocina estaba enfrente de la puerta de entrada, pero totalmente cerrada a la misma.

La casa estaba situada no muy lejos de donde daba Misa, en la Iglesia de Santa Lucia de Santander. Era una casa muy vieja.

En verano de 1972, yo trabajaba (como hacíamos entonces muchos niños de 14 años para ayudar a la economía familiar) de Botones en el Club Marítimo de Santander. Maldita casualidad, la Misa de la Virgen del Carmen de ese año la dio en el Club D. Raúl.

Al terminar alguien le iba a llevar todos los “bártulos” que había utilizado en la misma, pero se empeñó que fuera Pablito el que se lo llevara, esta vez no a su casa sino a su confesionario.

Cuando llegue a la iglesia de Santa Lucia, él estaba confesando a una señora, lo hacía por un lateral, por donde entonces se confesaban las mujeres.

En cuanto me vio, lo recuerdo perfectamente, se le iluminó la cara. Le dijo a la señora que se apartara (sin terminar de confesarla) y entonces me hizo una señal para que me pusiera yo en la parte frontal del confesionario, donde se confesaban los hombres.

Una vez arrodillado, me pidió que me acercara más para darme un beso, yo muy tímido no recuerdo lo que debí decirle, pero sacó su mano, la puso violentamente por atrás de mi cuello y me acercó hacía él para besarme. Recuerdo perfectamente el asco, eso nunca se olvida.

La señora lo vio y, no recuerdo exactamente sus palabras, dijo algo parecido a: “pero si es un niño”, y ahí metió, dentro de su confesionario, el petate con las cosas que le había llevado y me pude ir.

¿Por qué digo esto?, pues porque no se cortaba un pelo a la hora de hacer nada, porque si esa señora lo vio debió de verlo más gente y ninguno más hizo nada por ayudarme. Este pederasta se sentía impune ante todos tan solo por el hecho de vestir una sotana.

El 16 de septiembre de ese año, 1972, tuve un accidente al salir del trabajo en el club Marítimo (me atropelló un coche, y fue culpa mía). Múltiples fracturas y una larga temporada en el hospital y rehabilitación con muletas hasta mayo de 1973.

Para no perder el curso mis padres me pusieron una profesora particular en mi casa (estaba escayolado hasta el cuello, fractura de fémur izquierdo además de otras lesiones y fracturas en clavícula, etc…). Me dejaron examinarme en la Filial nº 3 de todas las asignaturas en el final del Curso, pero al no poder hacer la de “Educación Física” a causa de las secuelas del accidente (todavía iba con muletas) me pusieron un “suspendido”. Fui a hablar a la dirección de la Filial porque estaba exento de hacer las pruebas físicas.

D. Raúl me borró con una “goma de tinta” donde ponía “suspendido” y me puso un “aprobado”.

Antes de hacerlo ya me había dicho lo que yo tenía que hacer a cambio de poner el aprobado, pasar por su casa.

Lo curioso es que me lo cambio en mi cartilla de notas, pero no sé si lo hizo también en mi expediente. En ese momento pensé que esa sería la última vez que lo vería.

En verano de 1974 yo ya estaba en una Academia Militar en Madrid (Cuatro Vientos) y este señor había desaparecido de mi vida.

Se casaba mi vecino Tinín, puerta con puerta de toda la vida. Para mala suerte, el cura que les casa es D. Raúl. Maldita casualidad.

Cuando abandonábamos la celebración, unos amigos de mi vecino nos llevaban de vuelta a Santander a mi hermana y a mí (la boda había sido en un pueblo). D. Raúl se acercó al coche y nuevamente lo mismo, mano a la ingle y una gran sonrisa de “santo” dirigida a mi hermana Ana. Le pidió el número de teléfono de casa y mi hermana se lo dio. Otra vez comienza el calvario.

Como yo ya estaba estudiando en Madrid, él llamaba a mi madre “interesándose” por mí. Y ella, pobrecita, totalmente ingenua y de educación católica, ajena totalmente a lo que sucedía, insistía en que cada vez que volvía por vacaciones a Santander, fuera a verle.

Se preguntarán los lectores cómo es posible que ya con 15 o 16 años fuera a verlo ,pero era una época totalmente diferente a la actual, siempre he sido tímido, obediente con mis padres, reservado… no encontraba argumentos para decirle que no a mi madre. Y tengo la sensación de que muchos niños de aquellos años en nada nos parecemos a los de hoy, estos tienen muchos más conocimientos y confianza con sus padres.

Fui finalmente a su casa sabiendo de antemano lo que me iba a pasar, pero al volver a mi casa paterna le dije a mi madre que jamás volvería a verlo, mi madre calló, creo que fue entonces cuando se imaginó, dentro de su inocencia, que algo estaba pasando. No volví a verlo más. Nunca volvió a llamar a mi casa y tarde más de 30 años en saber el motivo.

Cuando yo tenía cuarenta y muchos años quedé con un amigo de la infancia, y también del instituto, en una zona de “vinos” que es cercana a la iglesia de Santa Lucia. Cuando llegué a la Bodega (creo que se llama Mazón), Tiago, el amigo de la infancia que me acompañó la primera vez junto con Javi a la casa de D. Raúl, me dice: ¿A que no sabes quien acaba de salir de la bodega?, ¡D. Raúl!

En ese momento me entraron sudores fríos, pensé que el cuerpo me fallaba, a día de hoy creo que lo que me pasó fue un ataque de ansiedad.

Pues bien, esa noche le comenté a mi amigo y a su esposa lo que me había pasado con D. Raúl y me dijo que todos lo sabían, y que yo no fui el único que tuvo que pasar por ese trauma, que había varios y que siempre elegía a los más tímidos.

Años más tarde vi una página donde la Iglesia Católica ponía un correo electrónico para denunciar abusos sexuales dentro de su seno. Escribí pensando que me pedirían disculpas, pero no hubo respuesta. ¿Para que ponen una página si luego no hacen nada de nada? Me sentí decepcionado.

A finales del año 2018 el diario El País publicó también una dirección de correo electrónico donde poder denunciar estos hechos, y ahí si que tuve respuesta inmediata.

El periodista Julio Núñez estaba interesado en conocer mi historia y publicarla.

Mi amigo Tiago me dijo que había dos chicos que sabía positivamente que D. Raúl también había abusado de ellos, pero ambos estaban casados y con hijos y que no querían volver a saber nada del “tema”.

También me comentó un detalle muy importante para saber porque D. Raúl nunca más volvió a intentar verme ni ponerse en contacto con mi madre.

El padre de Tiago era taxista y tenía la parada en Puerto Chico, muy cerca de la Iglesia de Santa Lucia. Una vez subió D. Raúl al taxi, el padre lo reconoció perfectamente y según me dijo su hijo, le amenazo si intentaba volver a verme y no me dejaba en paz. Contrariamente a la falta de confianza que tuve para decírselo a mis padres, Tiago si que se lo había comentado al suyo.

La amenaza surtió efecto. Jamás volví a verlo ni él a molestarme.

Durante estos tres años intentaron desde el diario El País que me atreviera publicar mi historia, pero me daba vergüenza poner mi nombre y apellidos, en definitiva, dar la cara.

Hace pocos días, tras las indignantes declaraciones del obispo de la Diócesis Nivariense de La Laguna (Tenerife), ya me decidí a dar este difícil paso. Ya en 2007 este sinvergüenza había dicho que muchos niños de 12, 13 o 14 años “provocábamos sexualmente”. Ahora resulta que el que provocaba era yo y la víctima era D. Raúl. No, señor obispo Bernardo Álvarez, la victima soy yo y él mi verdugo. Poca vergüenza, sentimiento humano y labor pastoral católica tiene usted para hacer esas inclasificables insinuaciones.

El día 31 de enero de 2022, mis declaraciones sobre lo que había ocurrido en mi niñez fueron publicadas en El País, con nombre completo y fotografía actual, perdí el miedo a hablar de este tema, necesitaba hacerlo ya no por mi si no para que otros niños no pasen por todo lo que yo, desgraciadamente, tuve que pasar.

Agradezco a los Medios de Comunicación el apoyo que nos están prestando a las victimas, al Gobierno de España que inicie acciones para investigar todo lo que durante siglos ha ocurrido con la pederastia y a la Fiscalía General del Estado que haya ordenado abrir investigaciones para aclarar lo que ha sucedido.

No, ya me niego a seguir viviendo con vergüenza por lo que me han hecho, tampoco vivo con orgullo. El que 251 victimas de pederastia dentro del seno de la Iglesia Católica hayamos denunciado ante la Conferencia Episcopal Española (con resultado decepcionante) y finalmente ante el Estado de El Vaticano, ha sido el comienzo para que muchas victimas que estábamos callados hayamos perdido el miedo.

Muchos pederastas ya han muerto, muchos casos han prescrito, pero nuestro objetivo como víctimas es que por fin sea visible este drama que hemos pasado muchos niños y niñas y que, desgraciadamente, sigue sucediendo.

Para entender todo lo sucedido habría que remontarse a la educación en España en 1970, hablar de sexo era algo prohibido. Era inimaginable (cuanto menos para mí) poder decir algo de esto a mis padres.

Mis padres fallecieron sin saber nada, mis hermanos sí que lo saben, pero se enteraron no hace muchos años, poco más de trece.

Haberlo dicho hubiera supuesto para mis padres un dolor por no haber sido capaces de darse cuenta de lo que le estaban haciendo a su hijo.

Jamás les podré reprochar nada, eran ingenuos, confiaban en la Iglesia y en quienes ejercían la labor sacerdotal. No creo que ni ellos supieran que esas cosas pudieran ocurrir.

Gracias a la sociedad por entendernos y apoyarnos.

Firmado: Pablo Jiménez Gutiérrez, víctima de agresiones sexuales.

Compártelo ...
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Email this to someone
email
Comentarios: 0

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.